Más allá de las circunstancias personales que vivimos con mi familia la semana pasada, tras la reunión con el expresidente Santos, los líderes del partido político Farc y el senador Iván Cepeda, con el fin de dialogar sobre la implementación del acuerdo de paz, y específicamente la necesidad de que los desmovilizados de la guerrilla reconozcan ante la JEP responsabilidad por los crímenes cometidos y contribuyan con la verdad, nos quedan varias dolorosas conclusiones como sociedad.
Cada día perdemos más la noción del respeto a las libertades y derechos de los ciudadanos. En estos dos años del gobierno Duque retrocedimos a las épocas de las interceptaciones, los seguimientos y perfilamientos. El lenguaje oficial es agresivo, y se estigmatiza a la oposición. Tras dos años de su gobierno, en el CD no se percatan de que ya no están en la oposición a Santos, cuando la consigna era incendiar el país. Incluso, algunos desadaptados insisten, contra toda evidencia, que se entregó el país a las Farc, cuando son ellos los que manejan íntegramente el Estado.
Son tres los comentarios alrededor de la reunión que llaman la atención: el primero señala que es imposible que con esos asistentes no se hubiera tocado el tema del proceso del exsenador. Creen que todo lo que sucede en Colombia pasa necesariamente por ese pleito judicial. Qué equivocados están. Hay problemas del país mucho más importantes que la suerte jurídica de Uribe. La pandemia avanza, y ya estamos en el ‘ranking’ de los 10 países con mayor número de contagios y muertes. Las masacres y los asesinatos de líderes sociales no se detienen. El desempleo y la pobreza aumentan rápidamente. La noticia para los militantes fanáticos del Centro Democrático es que hay vida después de su caudillo.
La segunda pregunta, que varios medios se hicieron, fue qué hubiera pasado si se presentara una reunión entre Uribe y algunos de los exjefes paramilitares que se desarmaron en el proceso con las Auc. Sin duda, interesante reflexión. Aunque es una comparación inexacta, porque los de las Farc son actualmente congresistas y el jefe de un partido en la legalidad, en mi caso, no vería ningún inconveniente en un encuentro de esas características, en la medida en que se tratara de personas que ya renunciaron a las armas y el delito.
El tercer comentario demuestra el grado de rencor y odio que se ha sembrado en ciertos sectores de nuestra sociedad desde la extrema derecha. Se preguntaban algunos en redes y medios cómo era posible invitar a mi hogar a señores como Timochenko, Lozada y Catatumbo. Según ellos, era un pésimo ejemplo para mis hijos y riesgoso para mi familia y vecinos. Respeto profundamente a quienes afirman que jamás invitarían a exintegrantes de la guerrilla a su casa. En la mía, Daniela y Juan Nicolás crecieron en un ambiente de tolerancia y respeto, sin odio en sus corazones. Siempre les enseñamos el camino del perdón y la reconciliación. Hoy me enorgullece que sean unos jóvenes que sueñan con un país pluralista, diverso y en paz, alejado del odio que algunos pretenden eternizar en Colombia.
La lección dolorosa de todo este episodio es, entonces, la confirmación de una tesis que sostengo desde el día del plebiscito hace 4 años. Más allá del acuerdo de paz suscrito, los colombianos no estamos preparados para la paz, y menos para la reconciliación. Tantos años de violencia cruel y bárbara han dejado huellas muy profundas de dolor y odio que nos han insensibilizado. El daño ocasionado por las Farc es inmenso. Las heridas están lejos de cicatrizar. La agresividad y el aniquilamiento de quien se considera enemigo y no contradictor están en la agenda política de muchos. Como víctima del Eln, hace ya 23 años, comprendo y respeto a las víctimas que escogen ese camino. Cada ser humano tramita su duelo en forma diferente. Lo que resulta incomprensible e irresponsable es que un partido político adopte la decisión de alimentar y exacerbar ese odio como su única estrategia de supervivencia política. Ahora se inventan unas nuevas Farc en armas, que no existen sino en sus alucinadas mentes.
JUAN FERNANDO CRISTO