Gustavo Petro es tan buen jefe de la oposición que a ratos parece que hubiera decidido encabezar la oposición contra su propio gobierno para poder mantener en su cancha algunas banderas de campaña que fueron determinantes para cautivar su base popular, pero corren el riesgo de desteñirse por cuenta de sus nuevos aliados políticos que representan todo lo contrario.
Petro optó por asegurar una coalición parlamentaria amplia a costa de tragarse muchos sapos que le hacen correr el riesgo de desdibujarse ante el petrismo de base, el original, el que lo acompañó a cruzar el desierto, el que lo seguía con mística ciega antes de que aterrizaran en su pista las mayorías parlamentarias que encarnan lo que él combatía y antes del desembarco de socios electorales en las regiones que por décadas estaban parqueados en la otra orilla.
Por eso a veces parece que las inclemencias del Gobierno y los apetitos desmedidos de sus nuevos aliados le hicieran sentir a Petro nostalgia de aquellos días felices para un opositor nato cuando podía ser 100 % coherente con sus ideas y cuando todo lo malo que ocurría era culpa de otros, los que gobernaban, los del gobierno de turno, los ricos, los banqueros, los gremios, los gringos, Uribe, Duque, en fin.
Ante este panorama emerge el Petro que se enfrenta a su propio gobierno. Creo que por ahí se encuentra una explicación a tantas inconsistencias internas del Gobierno. Y estemos preparados para que, de ahora en adelante, todo lo que salga mal no será responsabilidad del Pacto Histórico, ni mucho menos, del señor Presidente. Será culpa del “enemigo interno” que está dentro del Gobierno. Será culpa de parte del Gobierno. Del gobierno Petro. Petro versus el gobierno Petro.
Dicho esto, creo que se equivocan quienes apuestan enceguecidos por el fracaso de Petro. Grave error. De un eventual fracaso de Petro que se llevaría por delante a Colombia, con poleas de transmisión que les pasarían la cuenta a la economía, al empleo, a la seguridad, al bienestar, a la equidad, nadie saldría bien librado.
Y es un error, así Ocampo e Irene sean incompatibles en el mismo Gobierno. Así insistan en la voraz meta de recaudo de la tributaria. Así los que compran plumones por la mañana reclamen austeridad por la tarde y pidan que paguemos más impuestos. Así los que antes criticaban la mermelada multipartidista para aceitar votaciones dañinas para Colombia, hoy la reciban por litros. Así estén a punto de volver a premiar terroristas, narcotraficantes y delincuentes.
Y creo que se equivocan también en el otro extremo quienes, obsecuentes, a cambio de favores o para evitar retaliaciones, por cálculo o por miedo, se arrodillan ante el Gobierno, silenciando su voz, suplicando indulgencias y benevolencia. De esa debilidad, de esa humillación nada bueno queda.
Lo que procede, creo yo, es un diálogo democrático, público, constructivo, erguido, respetuoso, rodeado de garantías que el Gobierno debe brindar, despojado de odios y resentimientos, patriótico, que permita reconocer la nueva agenda derivada del cambio de timón en el Gobierno, sereno, de manera que se pueda apoyar a Petro en aquello que convenga al país y discrepar de él para buscar rectificaciones en aquello que se considere dañino, nocivo o peligroso.
Ojalá, por ejemplo, en este país casi dividido por mitades electorales, mientras se profundiza en una agenda social más redistributiva, se rectifiquen los caminos que nos pueden llevar a mayores padecimientos durante la desaceleración, recesión y/o estanflación por venir en el 2023. Ojalá la reforma política se modifique para que dejen de incubar prácticas que inducen a la compra de votos y a la corrupción. Ojalá no se sigan deteriorando la seguridad y la libertad de empresa. Y ojalá en la batalla de Petro contra parte de su gobierno ganen los colombianos y no quienes quieren lucrarse de su poder.
JUAN LOZANO