Estamos cansados de esta larga (eterna) campaña electoral. Estamos llenos de ira porque los candidatos, pertenezcan al partido o movimiento que sea, no han hecho más que exaltar el odio hacia aquel que piensa distinto.
¡Comunistas! Gritan unos. ¡Fascistas! Responden otros. ¡Tibios! Repiten en coro los anteriores. Ninguno soporta al otro. Cada uno piensa que el único país posible es el de su opinión, el resto es un desastre.
¡No! El desastre es el que ya vivimos. El desastre es nuestro día a día con los asesinatos, los atracos, las bombas, las obras inconclusas, los acueductos sin agua, los colegios sin pupitres, los médicos sin sueldo, los contratistas oficiales cumpliendo horarios de oficina, el Eln, el narcotráfico, la corrupción, el maltrato a las mujeres, la discriminación a las minorías, el odio de clases, el menosprecio entre clases, las inundaciones, los deslizamientos, las licitaciones amañadas, los políticos que compran votos, los electores que venden votos, la insoportable tramitomanía, la desconfianza hacia los demás, la incapacidad para aceptar que ya vivimos un desastre, la imposibilidad de aceptar que en medio del desastre hay cosas que funcionan bien.
Nuestro país es una inmensa colección de cosas que funcionan mal, grandes o pequeñas. Y cada cuatro años llega alguien a decirnos que con su toque mágico todo será distinto, todo va a mejorar. Pasan otros cuatro años y la decepción es la misma o tal vez mayor: el mesías rojo, azul, verde o amarillo defrauda. Algo cambia, tal vez. Pero la mayoría de las cosas siguen igual.
Estamos cansados de creer en mesías de ocasión que dicen tener la llave para sacarnos del inmovilismo, pero al final terminan siendo una pieza más de la bicicleta estática en la que andamos.
La educación pública básica sigue siendo muy regular. Las carreteras en su mayoría siguen siendo las mismas. El río Magdalena sigue con el deseo de algún día volver a ser navegable. Los trenes no arrancan. El empleo informal crece. La delincuencia se multiplica. Los políticos se siguen enriqueciendo de formas inesperadas. Los barones y baronesas electorales siguen haciendo política a pesar de todos los cuestionamientos. Los encumbrados políticos se apoyan en esos barones y baronesas, a sabiendas de que todo favor se paga. La pobreza se multiplica. Los campesinos siguen esperando un centro de salud o una carretera digna. Los narcos siguen apoderándose de parte del país. Las Fuerzas Armadas no reconocen cuando se equivocan. Los entes de control son armas políticas que atacan cuando quieren. La paz es una utopía y el desarrollo social, también.
En Colombia hay cansancio e ira. Cansancio de que nada pase, aunque siempre en sus rendiciones de cuentas, presidentes, alcaldes y hasta congresistas parece que hubieran hecho de todo para cambiar nuestra realidad. Hay cansancio de oír a los mismos personajes de siempre diciendo que ahora sí las cosas van a ser mejor. Estamos cansados de creer en mesías de ocasión que dicen tener la llave para sacarnos del inmovilismo, pero al final terminan siendo una pieza más de la bicicleta estática en la que andamos.
En Colombia hay ira. Ira porque los políticos se burlan de nosotros en todos los escenarios. Ya sean los congresistas de Farc, criminales que ajustaron cuatro años en el Congreso sin sonrojarse ante un país que con razón los mira con desdén. Ira contra aquellos que tienen salarios más abultados que los de todos los colombianos y descansan cuatro meses al año. Ira porque se roban nuestra plata para sacarla del país o construirse mansiones en el corazón de ciudades empobrecidas. Ira porque la política que debería servir para cambiar a Colombia solo parece servir para cambiarles la vida a aquellos que entran en su juego corrupto.
Este domingo derrotemos la ira. Mostremos el cansancio. Saquemos del Congreso a aquellos que calientan puesto y no hacen sino bloquear el camino hacia un país más vivible.
JUAN PABLO CALVÁS