En el año 2009, en uno de sus más poderosos discursos, la escritora y novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adiche advertía de los peligros de una sola historia. En el video de su presentación, que hoy registra casi 35 millones de reproducciones, Adiche resaltaba que si solo escuchamos un relato sobre una persona, una comunidad o una nación, corríamos el riesgo de caer en una incomprensión grave, pues una sola historia se convierte en la única historia.
En los relatos sobre los pueblos indígenas y las comunidades afrocolombianas han primado las historias únicas. Un conjunto de narrativas dominantes basadas en estereotipos y prejuicios han hecho carrera en la memoria colectiva de nuestra sociedad como pretensión legítima para nombrar y entender a los otros. La repetición de relatos incompletos y la insistencia en ciertos aspectos negativos han terminado por desconocer la capacidad de agencia de los individuos que hacemos parte de estos grupos étnicos y de paso restarles validez a justos reclamos. La complejidad y diversidad de nuestras vidas y varias identidades no deberían quedar encapsuladas en descripciones simplistas, que se vuelven gasolina para reforzar y perpetuar formas variadas de exclusión y discriminación.
A la luz de las violencias simbólicas y físicas, tanto las pasadas como las más recientes padecidas por las poblaciones étnicas, va quedando claro la necesidad de desmantelar las historias únicas. Una forma de hacerlo es habilitar espacios para que esas voces sistemática e históricamente acalladas puedan también ser escuchadas. En el último de opinión publicado hace unas semanas por la firma Cifras y Conceptos se estimaba que en el país había cerca de 1.256 columnistas. Aunque no hay información suficiente para determinar cuántos de los ahí mencionados se autorreconocen como afrodescendientes o indígenas, no es traído de los cabellos suponer que todavía somos muy pocos.
Entre quienes hoy tienen la capacidad de impactar la opinión pública, sería bueno entonces escuchar y leer puntos de vista mucho más diversos. No como cuotas dentro de los esfuerzos organizacionales de inclusión, sino también y principalmente como una posibilidad real de acortar distancias y tender puentes para democratizar la producción y el a información en un mundo cada vez más polarizado y repleto de noticias sin contexto.
Un ejercicio interesante, por ejemplo, se viene realizando en torno a la conformación de un círculo de columnistas étnicos por parte del Programa Juntanza Étnica, una iniciativa de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y de la organización Acdi/Voca. La apuesta detrás de la Juntanza es la de fortalecer los sistemas de gobernanza, autonomía e identidad de los pueblos indígenas y del pueblo afrocolombiano desde formas propias y sustentables.
Difícilmente podremos avanzar hacia la construcción de una sociedad incluyente y de paz si no incorporamos nuevas perspectivas y subjetividades que abran canales de diálogo más constructivos y nos enriquezcan como país. Que las celebraciones y conmemoraciones que se realicen durante este mes alrededor del Día de la Diversidad Étnica y Cultural de la Nación Colombiana, el rebautizo para el mal llamado ‘Día de la Raza’, nos sirvan como excusa para reflexionar sobre los peligros de las historias únicas.
Precisamos seguir rompiendo con los ciclos de invisibilidad para priorizar las historias de estas comunidades y comprender desde dónde se enuncian sus preocupaciones y temores, pero también sus anhelos y esperanzas. En la riqueza que trae nuestra pluralidad cultural hay muchas más oportunidades que amenazas.
KANDYA OBEZO