Aunque las encuestas hablan de un empate técnico, si la tendencia de Donald Trump en estas semanas se sostiene hasta el martes, el expresidente republicano volverá en enero a la Casa Blanca. Analistas como Ivo Daalder, exembajador de Washington en la Otán, habla de “la elección más importante desde 1860”, cuando Abraham Lincoln ganó, en vísperas de la espantosa Guerra Civil entre el norte y el sur.
Daalder explica que el resultado puede afectar la democracia a nivel planetario. Sus consecuencias para Estados Unidos y para el mundo entran en el campo que, tras evaluar a un enfermo grave, los médicos califican como “pronóstico reservado”. El sistema democrático está amenazado por sus propias falencias pero también, y mucho, por el fortalecimiento del autoritarismo y la proliferación de toda clase dictadores, caudillos y saltimbanquis de la política, para quienes Trump es un ídolo.
Con el ingenuo voluntarismo que suele cegar a la derecha –al igual que sucede con la izquierda–, escucho a muchos uribistas festejar el regreso del republicano a la Casa Blanca. Si Trump gana este martes, la derecha debe saber que no tiene nada qué celebrar. Al contrario.
Como lo relaté hace diez días en un análisis para este diario, de unos años para acá, abundan las revelaciones periodísticas que demuestran que Trump tiene una vieja relación con el Kremlin, centro del poder ruso, desde que viajó a Moscú en 1987, cuando todavía era la meca del comunismo. Los líderes soviéticos lo trataron como a un príncipe y le vendieron todo su discurso en contra de Occidente. De regreso a Nueva York, Trump pagó un aviso en los principales periódicos para atacar a la Otán –el coco de los rusos–, y los soviéticos quedaron encantados.
Escucho a muchos uribistas festejar el regreso del republicano a la Casa Blanca. Si Trump gana este martes, la derecha debe saber que no tiene nada qué celebrar. Al contrario.
La relación se extendió. A lo largo de casi tres décadas, 13 mafiosos y oligarcas rusos, muy cercanos al presidente Vladimir Putin, han tenido oficinas en la lujosa Trump Tower de Nueva York. Trump se refiere a Putin como “mi amigo”, y ha hablado por teléfono con él varias veces en los años recientes. Dice que puede acabar la guerra de Ucrania “en 24 horas”, y muchos analistas creen que su fórmula pasa porque Kiev haga enormes concesiones territoriales y políticas a Putin.
Defensores de Trump alegan que cuando estuvo en la Casa Blanca, entre 2017 y 2021, apoyó a Ucrania y no le hizo grandes favores a Putin. Los conocedores aclaran que, en ese entonces, había “adultos en la sala”, altos funcionarios experimentados que impidieron que Trump hiciera demasiadas locuras. Pero esos adultos responsables ya no estarán en un nuevo mandato trumpista.
“Trump va a sacar a Maduro del poder”, se ilusionan algunos. Lamento decepcionarlos. Como lo conté en mi análisis internacional del miércoles pasado en EL TIEMPO, Olivia Troye, exasesora de seguridad de Trump, relató que le oyó decir, en tono de elogio, que Maduro “es un hombre fuerte”.
Trump tiene muchos defectos. Enemigo del libre comercio, va a subir los aranceles a China, pero también a las exportaciones de los países del tercer mundo. Es racista, y un machista que desprecia a las mujeres y las maltrata, como ya lo sentenció la Justicia. Además, es conocido por sus trampas en los negocios y por la facilidad con que propaga ‘fake news’. Como si fuera poco, asoman en él fallas mentales como las que él mismo le criticó al saliente presidente Joe Biden. Ese es el hombre que la primera democracia del mundo se dispone a elegir este martes.
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Inaceptable. Preocupa la intentona de investigación de la Fiscalía de Luz Adriana Camargo contra Vicky Dávila, directora de ‘Semana’, la revista que ha revelado grandes escándalos de corrupción del Gobierno. Mientras esa aventurada indagación contra el periodismo avanza a la velocidad de la luz, los procesos de la Fiscalía contra altos funcionarios y allegados al Gobierno, por esos mismos casos de corrupción, avanzan a paso de tortuga.
MAURICIO VARGAS
IG: @mvargaslinares