Hace ocho años, cuando participó por primera vez en unas elecciones presidenciales, Donald Trump tenía a su favor el beneficio de la duda, pues, a pesar de su retórica incendiaria y de su absoluta falta de experiencia en el desempeño de cualquier cargo público, aparecía como un exitoso ejecutivo, cosa que no era cierta, pero que fue inventada y difundida por los productores del programa de televisión El aprendiz, donde lo mostraban como un brillante businessman.
Sin embargo, a lo largo de los cuatro años que estuvo en la Casa Blanca Trump disipó las dudas de unos y confirmó la sospechas de otros, pues, aunque tuvo algunos aciertos, fueron más numerosos y contundentes sus metidas de pata, sus líos judiciales y las malas decisiones que tomó en asuntos tan delicados como la pandemia, la crisis climática y la política internacional, entre otros.
En el caso de la pandemia, el republicano decidió mirar para otro lado y quiso minimizar el impacto que el virus podría causar. A tal punto que se dedicaba a jugar golf mientras las víctimas se multiplicaban por todo el país, ocasionando además grandes pérdidas en la economía norteamericana. Desde luego, el balance fue catastrófico, y al final hubo un saldo de 400.000 muertos y 24 millones de casos registrados por los servicios de salud.
En cuanto al manejo de la crisis climática, tampoco es que Trump hubiera brillado por su astucia ni mucho menos por su diligencia a la hora de enfrentar fenómenos como los huracanes o los grandes incendios que se presentaron en vastas zonas de Estados Unidos. Así como en su momento dijo, palabra más palabra menos, que el virus de todos modos se iría en cualquier momento, el presidente asumió que la crisis climática desaparecería por sí sola, como la pandemia del covid-19. Lo que Trump no tuvo en cuenta fue que para la erradicación del virus se pudo contar con las vacunas desarrolladas en tiempo récord por importantes laboratorios farmacéuticos del mundo, mientras que para la crisis climática todavía no hay un antídoto a la vista.
«Es increíble. No sé cómo las mujeres pueden votar por alguien como Trump», decía Barbara Bush, ex primera dama de Estados Unidos.
Con la habitual torpeza que lo caracteriza, tras la devastación causada por el huracán María, Trump hizo una visita a Puerto Rico, donde tuvo un encuentro con damnificados, a los que les lanzó rollos de papel higiénico, en un acto grotesco, que puso en evidencia su falta de empatía en unas circunstancias tan difíciles como las que atravesaba en ese momento la población boricua, que por cierto se encuentra enfurecida esta semana, después de los ofensivos comentarios que hizo un comediante invitado a una manifestación con Trump, en el Madison Square Garden, donde describió a Puerto Rico como "una isla flotante de basura en medio del océano".
Pero, volviendo a su traumática istración, no olvidemos que Trump les dio oxígeno a sátrapas como Vladimir Putin y Kim Jong-un, mientras deterioraba las relaciones de EE. UU. con sus aliados históricos de Europa; lo cual no solo puso en ridículo al antiguo magnate, sino que debilitó de manera notoria el rol del Tío Sam en el ámbito internacional.
Y si a todo esto se suman los líos judiciales del republicano, que van desde fraude fiscal hasta la posesión de documentos clasificados, pasando por el asalto al Capitolio y acusaciones de agresión sexual, lo lógico sería que perdiera las elecciones. (En este punto, no sobra recordar que en 2016 la ex primera dama Barbara Bush declaraba en una entrevista con CBS: "Es increíble. No sé cómo las mujeres pueden votar por alguien como Trump").
Lastimosamente, en Estados Unidos el electorado ha demostrado que al ir a las urnas se deja llevar más por la emoción que por la razón –como en cualquier república bananera–, circunstancia que Trump conoce y ha sabido aprovechar muy bien. Falta ver si se vuelve a salir con la suya.