La fuerza de los cuerpos al juntarse

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Marchan los jóvenes en Estados Unidos y en Europa contra un genocidio frente al que callan individuos investidos de dudosos poderes. Marchan en Buenos Aires, por la educación, en contra de un orate que solo cree en los mercados, y marchan en Colombia, para exponer al sol la herida colectiva, y sanar, a punta de libertades gritadas desde la rabia o la esperanza.

Afuera de las casas, donde los cuerpos se juntan para hacer conciencia del peso de sus espíritus, hay un puerto quebrado como dice Andrea Cote en su poesía, por donde corre un río que no es de agua y que es como nosotros: desierto que se derrumba, tierra agrietada, números dispersos. Río en llamas, que quema mientras muere, y hace subir al cielo una hierba encendida que ya no es el milagro del agua sino la ceniza de lo que va quedando de la vida. El río ya no es el río, dice Joan Manuel Serrat, por eso hay que manifestarse colectivamente, porque nos han quitado el futuro. La herida colectiva de los cuerpos que se juntan es la herida total de una civilización que perdió su rumbo, por creer que progresar era crecer y que la libertad era el renunciamiento o la tarjeta de crédito.

La chispa de un nuevo mayo, siempre mayo, se está prendiendo en las universidades de los Estados Unidos, pero pronto se regará por otros lugares. Ante la globalización de la sumisión los jóvenes oponen la globalización de una esperanza construida desde la paz. Han decidido recuperar la armonía que perdimos poniendo el cuerpo, como dice Darío Sztajnszrabjber, involucrándose desde las vísceras para que, en la actuación colectiva, se abra mejor el futuro. Al que se asoman no simplemente mirando con los ojos sino con todo el cuerpo como decía Blake. Fue también María Carolina la que me dijo que esta nueva ciudadanía es la ciudadanía global que escribió Donella Meadows en sus columnas, entre 1986 y 2001. La fuerza joven de los cuerpos al juntarse.

@GuzmanHennessey