Hace dos meses, la fortuna le sonreía a Kamala Harris, que recibía de Joe Biden el testigo de la candidatura del Partido Demócrata. La juventud y la personalidad alegre de la exfiscal californiana marcaban un ventajoso contraste con su rival, el septuagenario Donald Trump, de retórica acrimoniosa y mendaz.
Pocas veces hubo un candidato tan débil como el Trump de 2024: un convicto que vive en su propio mundo de “hechos alternativos” –léanse mentiras–, con una tendencia cada vez más inquietante a divagar. En uno de sus discursos más recientes se explayó en un encomio dimensional del palo del golfista Arnold Palmer. Y no se refería a uno de sus palos de golf.
¿Cómo se explica que, a 15 días de la elección para el cargo que suele llamarse “el más importante del mundo”, un candidato tan defectuoso empate en las encuestas con la relativamente más razonable Harris? ¿Y que incluso se hable ya de una posible victoria del emproblemado expresidente?
El fenómeno Trump me obsesiona hace tiempo. En 2020 lo abordé en una columna llamada ‘¿Por qué votan por Trump?’, que suscitó bastantes reacciones. Creo que los argumentos de entonces siguen vigentes. Muchos americanos comunes y corrientes están cansados, cuando no perplejos, con la politización, en clave progresista, de cada aspecto de su vida cotidiana: el lenguaje, los roles de género, el sexo, los automóviles, el cine, etc. Trump simboliza para ellos la defensa de un estilo de vida más llano, menos politizado, en el que nadie es juzgado por la huella de carbono de la hamburguesa que se va a meter a la boca o el ‘micromachismo’ de abrirle la puerta a una mujer. A ese votante, el estilo chabacano y pendenciero de Trump, en lugar de ahuyentarlo, le refuerza la idea de que el candidato es un tipo auténtico, francote, que “dice las cosas como son”.
¿Cómo se explica que, a 15 días de la elección para el cargo que suele llamarse “el más importante del mundo”, un candidato tan defectuoso empate en las encuestas con la relativamente más razonable Harris?
Hay mucho del Trump de verdad en esa idea. Pero también es un rol cuidadosamente construido por un ególatra, un enamorado de las cámaras que, antes de entrar en política, aprendió los secretos de la fama televisiva.
Ese talento, sin embargo, no era suficiente esta vez, tras una condena judicial y la insurrección del 6 de enero de 2021. Pero Trump también contó con suerte. Su rival, luego de un viento de cola inicial, se fue desinflando a punta de evasivas y sancochos verbales que despertaron o confirmaron la sospecha de que la candidata Kamala era más fachada que sustancia. Se viralizaron sus respuestas repletas de rodeos y lugares comunes que al final no decían nada: eran una “ensalada de palabras”, dijo un destacado estratega de su propio partido.
No parecen ser efectivos, además, los epítetos que la prensa y los activistas demócratas le lanzan a Trump: nazi, fascista, Hitler, etc. Como en otras partes del mundo, la izquierda americano ha abusado tanto de las comparaciones gratuitas con el Tercer Reich que estas perdieron su capacidad de injuria.
Y dos asuntos adicionales le pesan a Harris. En materia económica, según las encuestas, los estadounidenses confían más en Trump que en ella. Y su partido ha perdido puntos porcentuales entre dos grupos que suelen apoyarlo: los latinos y los afroamericanos.
Las encuestas muestran un empate que, debido al peculiar sistema americano, será resuelto por siete “estados bisagra”, en los que cualquier cosa puede pasar: Pensilvania, Míchigan, Georgia, Carolina del Norte, Arizona, Nevada y Wisconsin. El resultado puede ser tan apretado que quizá el 5 de noviembre no se designe al vencedor.
Yo no pensaba que Harris pudiera perder, pero ya no estoy tan seguro. Si eso pasa, su campaña debería ser motivo de estudio: ¿cómo se hace para perder ante un rival con tantos puntos negativos? Como dice una expresión gringa: le habrá arrebatado la derrota a las fauces de la victoria.
THIERRY WAYS
En X: @tways