La jugada del presidente Petro y su ministro del Interior con la consulta popular es, insistamos, profundamente habilidosa. Pone incómoda a la oposición, anticipa la campaña para el Gobierno y sus aliados y les da la posibilidad de instalar una robusta estructura electoral meses antes de los comicios parlamentarios. Aunque es riesgosa porque pueden "dejarse contar" y que les vaya mal, es una carta bien jugada en el fondo, pues reivindica la idea de apelar al "pueblo", a "su pueblo", como instancia decisiva. Si, por otro lado, el Senado tranca la consulta, le da munición al petrismo para insistir en su teoría del bloqueo institucional. Por todos lados, ganan más de lo que pierden.
Sin embargo, una tercera vía parece estar abriéndose camino en el Congreso y está siendo hablada ya con algunos sindicatos, gremios y grupos empresariales.
¿Qué pasaría si antes de convocar la consulta, se aprobara una reforma laboral exprés que contenga los puntos que más les duelen a los trabajadores de Colombia? ¿Qué pasaría si los partidos de 'la U', Liberal, verde, Conservador, Cambio Radical, cristianos y, en una de esas, el Centro Democrático logran un consenso para fijar una hora de recargos nocturnos que no sea la actual, pero tampoco la que había propuesto el Gobierno, sino una intermedia y razonable para todos? ¿Qué ocurriría si hubiera un acuerdo en relación con el pago de las horas extras en un 100 por ciento?
En la coyuntura política actual no se trata de escoger entre lo ideal y lo malo, sino de encontrar cartas intermedias que mitiguen el populismo inconveniente.
¿Tendría sentido seguir insistiendo en una costosa consulta que excede los $ 700.000 millones de pesos en un momento de crisis económica nacional, con una reforma aprobada en esos términos? ¿Quedaría expuesta la estrategia del Gobierno, en relación con que lo único que le interesa es hacer campaña y no necesariamente los derechos del pueblo trabajador? ¿Lograrían, los que no están con el Gobierno, dar una muestra de unión en medio de las diferencias y sacar adelante una reforma progresista sin el progresismo oficialista?
Estaríamos, les digo, frente a otra buena jugada de respuesta de estos sectores que corren el riesgo de ser catalogados como anclados al pasado y no querer ver lo que las nuevas ciudadanías demandan, si no actúan con audacia. Aprobando una reforma en esos términos, de manera rápida, podrían moverse políticamente y alterar la ecuación.
En la coyuntura política actual no se trata de escoger entre lo ideal y lo malo, sino de encontrar cartas intermedias que mitiguen el populismo inconveniente que algunos sectores quieren promover. Ahí están los proyectos de Alejandro Carlos Chacón o de Angélica Lozano y otros que apuntan en esta dirección. Ahí está la oportunidad de que el Congreso no se enfrasque en una discusión sobre lo "mejor", sino sobre lo bueno y responsable, pero con amplio sentido político y escucha activa de las preocupaciones de la gente.
Lo demás es permitirle al petrismo llevarnos a un desgaste colectivo a bordo de una de esas bicicletas estáticas que no nos conducen a ningún lado, pero que nos fascinan en Colombia desde tiempos inmemoriales.
La consulta es democrática, constitucional, legal y perfectamente posible. Ese no es el problema. El lío es que no nos deja avanzar como sociedad, nos estanca en una discusión que puede tener otras salidas y nos pone de presente que lo que hay detrás son intereses electoreros, más que un propósito de profundizar la democracia participativa sobre asuntos de interés global.
¿Serán capaces de ponerse las pilas estos sectores que les cuento y llegar a un acuerdo pronto para encontrar una "tercera vía", empresarios, trabajadores y la mayoría de partidos políticos? Tiempo es lo que no tienen, así que les toca apurarse.