Aunque Estados Unidos es, básicamente, un país de inmigrantes, solo un poco menos del 3 % de la población son nativos, históricamente ha sido muy controvertido cómo manejar la migración.
Los anglosajones siempre han tenido un trato preferencial mientras que los no tan blancos: italianos, latinoamericanos, africanos, asiáticos y del medio oriente han enfrentado dificultades mayores y menores. En todo caso, rara vez ha habido acuerdos sobre cuántos y de dónde deben ser itidos.
Hoy no es la excepción. Los ciudadanos ilustrados saben que el país necesita importar trabajadores calificados y no calificados. Las empresas tecnológicas de Silicon Valley en California, absorben la mayoría del talento de todo el mundo. También en California, el 80 % de la fuerza laboral en la industria agrícola son inmigrantes y se estima que al menos la mitad de ellos son indocumentados.
Dos factores exacerban el debate migratorio: cuando el número de aspirantes a emigrar es alto, y cuando hay demagogos que quieren sacar ventaja política con el tema.
Hoy se juntan las dos coyunturas. Por todo el mundo hay una explosión de personas que quieren escapar de sus países fallidos. A Europa, a diario llegan pateras repletas de personas de Marruecos, Mauritania, Senegal, Gambia, el Sahara Occidental, Libia por razones económicas, políticas y sociales.
A Estados Unidos, los principales países expulsores de trabajadores son México, Venezuela, Colombia, Brasil, Haiti, Cuba y El Salvador. ¿Por qué? Por su precaria situación económica, para huir de la violencia o para vivir en libertad.
Entre agosto de 2020 y abril de 2024, más de 10 millones han intentado cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, y de esos, un millón y medio han solicitado asilo. Como solo hay 700 jueces para decidir sus casos, se ha creado un enorme rezago.
Dada la actual crisis en la frontera, el presidente Biden impulsó una ley de inmigración bipartidista que los republicanos rechazaron por órdenes de Trump, que lo dejó sin otra opción que una orden ejecutiva para limitar los casos y deportar en vez de itir a los rechazados. Su propuesta no ha tenido buena acogida.
Para Michael Shifter, expresidente del Diálogo Interamericano, es evidente que “presionado por la derecha y por algunos dentro de su propio partido, Biden tenía que mostrar su compromiso para controlar la frontera. El proyecto de ley de inmigración bipartidista habría sido mejor –para la istración y el país–, pero para el Partido Republicano, dominado por Trump, es importante mantenerlo como tema para las elecciones, porque Trump aventaja a Biden de manera significativa en temas de inmigración. Entiendo la orden ejecutiva del Presidente, pero temo que no sea suficiente. Los progresistas dentro y fuera del partido demócrata le han criticado y es un tema tan politizado que buscar un término medio no parece ser un enfoque viable.”
Yo pienso que la inmigración es solo uno de los temas para la elección y que la economía, la salud, el aborto, el control de la venta de armas, la drogadicción, las relaciones raciales, la identidad de género y orientación sexual, la composición de la Suprema Corte de Justicia, entre otros, son temas prioritarios.
Dadas las circunstancias, al presidente Biden no le quedaba otra alternativa que emitir la orden ejecutiva, y los descontentos deben pensar que la alternativa este 5 de noviembre es entre un hombre decente que se apega a la ley y el orden, y un criminal convicto cuya política migratoria sería brutal y conduciría al país al caos.
SERGIO MUÑOZ BATA