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Opinión

Las cuentas de los cuentos

De $ 1,4 billones pasamos a $ 1,1 billones. La verdadera gestión de un funcionario y su equipo es saber gestionar recursos.

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El jueves pasado, la exdirectora del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBo) Claudia Hakim publicó en este diario una columna titulada ‘El presupuesto: una lucha de todos’. En ella le hacía las cuentas al presupuesto asignado para este 2024 al Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, y de paso se preguntaba por la reducción que enfrentará el país, en todos los sectores, en 2025.
Lo primero que quisiera decir es que celebro que en la prensa nacional la inversión de los recursos del sector cultural sean materia de debate público, y que quizá por primera vez en mucho tiempo se hable y se especule sobre en qué se invierte el dinero asignado a esta cartera que, como bien lo dijo la gestora y galerista, tiene una asignación de recursos histórica en el primer gobierno de izquierda de nuestra historia republicana.
Afirma Claudia Hakim que “el proyecto de ley de presupuesto muestra un menor valor por recibir cerca de $ 376.000 millones, principalmente en lo que se refiere al rubro de inversión”. Aunque esto es cierto, quizás la manera de afirmarlo deja dudas que es mejor resolver: la reducción en el rubro de inversión es de $ 376.156 millones, lo que significa que pasamos de tener 1,1 billones de pesos a $ 734.016 millones. Los restantes $ 356.746 millones, aproximadamente, corresponden a recursos de funcionamiento, para un presupuesto global de $ 1,1 billones en 2025. Es decir, de $ 1,4 billones pasamos a $ 1,1 billones. Las razones de dicha reducción son bien conocidas y aunque será un reto disminuir algunas inversiones estoy persuadido de que la verdadera gestión de un funcionario y su equipo es saber gestionar recursos cuando abundan, pero mucho más cuando son ajustados.
En cuanto a las preocupaciones escritas en la columna, la primera de ellas es quizá más producto de la emoción, como se afirma, que de la adecuada investigación: “Sobre la ejecución presupuestal a la mitad de este año, se ha utilizado el 33 % del total de los recursos, lo que es triste, conociendo las necesidades imperantes que tenemos en este campo. Así pues, levanto la mano por la preocupación que esta situación nos genera”. Este 33 % evidentemente tiene lecturas equivocadas, pues supone que lo ejecutado es igual a lo comprometido: es decir que el gasto contante y sonante es lo que se mide y no lo que ya está contratado y debe honrarse, y no puede pagarse por adelantado. En el pasado, muchos recursos públicos iban a fondos y al ser girados pasaban como “ejecutados”.
Este gobierno ha decidido no ocultar esos dineros y volverlos transparentes. Hoy el ministerio tiene compromisos por el 67 % y una ejecución que, a la fecha, ronda el 36 %. El 33 % que falta corresponde a los salarios de los funcionarios y a los honorarios de los casi 900 contratistas que tenemos y de varios contratos y convenios que explicaré más adelante.
La segunda preocupación señala que “(vemos que) una gran proporción, que nos corresponde, va a financiar la ‘Resignificación de la jornada escolar: más que tiempo’. Se trata de un programa del Ministerio de Educación. Según el proyecto de ley del presupuesto de 2025, este programa va a exigir el próximo año $ 406.224 millones”. Esto, por supuesto, una vez más tiene una interpretación equivocada. La línea de inversión que allí se describe corresponde al principal programa del gobierno por el que votó mayoritariamente el pueblo colombiano: la formación artística y cultural.
Hoy el ministerio tiene compromisos por el 67 % y una ejecución que, a la fecha, ronda el 36 %
Durante la Alcaldía de la Bogotá Humana, el alcalde Petro y su gabinete implementaron en cientos de instituciones educativas la formación artística que fue excluida de manera ominosa por un país que consideró en el pasado que ni la historia ni la cultura merecían espacios concretos en la jornada escolar. Para complementar dicha enseñanza también inauguró decenas de Centros Clan (Centros Locales de Arte para la Niñez y la Juventud), atendidos por gestores y artistas populares que a su vez recibían a miles de niños que no contaban con posibilidades de un horizonte digno a la hora de ocupar el tiempo extracurricular. Esa misma idea se consignó en el programa por el que votaron once millones de colombianos. Para ello destinó recursos asignados al ministerio –para fortuna de todo el sector– para que la educación artística llegara a los colegios y también se creara un verdadero sistema complementario que, además de constituir una estructura para las artes en el país, da empleo a formadores.
Por eso, este año, 360.000 millones de pesos son invertidos en 1.590 colegios, a los cuales ya están llegando 3.134 maestros y maestras de música, el área con la cual se comenzó este ambicioso programa llamado Sonidos para la Construcción de Paz. Estas 3.134 personas son contratadas por nueve universidades públicas, con las que el ministerio hace convenios para que operen las vastas regiones, con un gran énfasis en territorios excluidos, incluyendo los barrios populares de las grandes ciudades de Colombia.
Allí se invirtieron este año $ 160.000 millones. Quinientos de estos colegios reciben, además, dotaciones de instrumentos de acuerdo con los énfasis regionales –músicas populares y clásicas por igual– por $ 40.000 millones. Los restantes $ 160.000 se dividieron en 60.000 para el ecosistema orquestal sinfónico colombiano: este gobierno ha fortalecido la Orquesta Sinfónica de Colombia y ha invertido históricos recursos en nueve orquestas regionales más.
Además, creó la Banda Sinfónica, que hace pocos días, en Samaniego, Nariño, una población que busca afanosamente la paz, participó en el Festival de Bandas, aun cuando uno de sus músicos, el contrabajo Luis Barragán, resultó herido por los vidrios rotos por la explosión de un artefacto instalado en una motocicleta. Y el Coro Nacional: es decir, Colombia comienza a mirar con orgullo un pasado donde las grandes agrupaciones nacionales eran, en algunos casos, el puerto de llegada de miles de niños y niñas que se acercaron a la música que conocieron y ahora pueden conocer de nuevo en sus colegios y barrios. Por primera vez en el país, agrupaciones, centros de danza, centros Batuta, escuelas de poesía, salas concertadas de teatro, colectivos de artes plásticas, de cine y de comunicación han obtenido más de $ 50.000 millones en recursos para convertirse en Centros Clan para la jornada extracurricular.
Todos estos dineros son gestionados y hacen parte de la misionalidad de un ministerio que tiene que rebasar la idea de ser de convocatorias para proponer verdaderos horizontes de trabajo digno para gestores y artistas en el país que, cuando ganan algo, pueden medio realizar su vida, pero cuando no obtienen nada, deben precarizarse aún más. Colombia puede soñar con que sus artistas sean formadores, que ese sea su empleo y que, además, haya tiempo para la creación. “Debo hacer una crítica constructiva para esta iniciativa: es plata de la cultura que se va para el sector de la educación. De hecho, el Ministerio de Educación muestra como uno de sus grandes logros ejecutar este programa (‘Más que tiempo’), el cual se desarrolla en convenio con ocho universidades públicas”, afirma Claudia.
Evidentemente, este gobierno ve en la posibilidad de una acción colectiva e interinstitucional una de sus fortalezas: que los ministerios de Ciencia, Deporte y Cultura regresen a la escuela pública de la mano de Educación es, me parece, un enorme logro. Y, por supuesto, no “girando” recursos, sino entendiendo que deben invertir en sus sectores, tal como lo he mostrado.
El restante presupuesto de este año corresponde a las diecinueve direcciones y entidades adscritas que jamás habían tenido el doble de recursos para inversión y cuya inversión podría ser materia de otra columna. Además, el ministerio está a cargo de las obras de mantenimiento y restauración del nuevo Hospital San Juan de Dios, por $ 118.518 millones: ocho edificios en licitación, y tres en obra, además del Instituto Materno Infantil; y la Torre Central. Por primera vez en la historia de Colombia, reconocimos a setenta sabedores, artistas y gestores del país, mayores de setenta años, con $ 4.200 millones, asignándole a cada uno $ 60 millones –es decir, entregamos 59 premios nacionales a la vida y obra de nuestros mayores; honramos decenas de sentencias con comunidades indígenas y afro; invertimos en el proyecto galeón San José; comenzamos la restauración de la Estación de la Sabana en Bogotá; construimos la red de Teatros de Colombia desde el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella; comenzamos la conversación con el departamento de Cundinamarca para la ampliación del Museo Nacional y sacaremos a concurso un nuevo edificio para la Biblioteca Nacional de Colombia. Aunque la disponibilidad presupuestal ha sido un problema para el adecuado pago de las convocatorias, invertimos más de $ 177.554 millones en ellas, destacando que $ 12.000 millones fueron para colectivos de jóvenes.
El ministerio trabaja en la puesta en marcha de varias Escuelas Taller, una de ellas en la Casa Benkos Biohó, y la regional Caribe, en Bolívar. Hemos hecho pactos por la cultura y la paz en territorios excluidos con compromisos vinculantes de inversión en Tumaco y el litoral Pacífico; Magdalena Medio, sur del Caribe, La Guajira, norte del Tolima, la región del Tequendama, en Cundinamarca, y los sectores populares de cinco ciudades, que son, en verdad, los territorios más excluidos del país.
Es importante, como lo hace Claudia en su columna, preocuparse por el destino de los recursos para las culturas en un país que necesita entender que si no cambia culturalmente sus valores y eleva sus aspiraciones, seguirá viviendo de la ambición extractivista y la incomprensión de sus inmensas posibilidades productivas gracias a sus enormes riquezas como el más grande territorio biocultural del planeta; un lugar donde se pueden construir infraestructuras culturales para la paz como las casas de saberes del pueblo awa, el museo de la cultura Tumaco-La Tolita, el Museo Afro, en Cali, o el Teatro César Conto, de Quibdó; donde puede crecer el turismo gracias a un enfoque de economía popular en el que los carnavales y las fiestas reciban a millones que, como en el caso del festival Petronio Álvarez, muestren la inmensa fuerza de nuestra cultura pacífica –en todas las acepciones del término–; una sociedad que hable de recursos públicos de manera pública para crear una cultura de paz; un país conectado con el mundo y sus diásporas que teja desde su heterodoxia popular y letrada; cosmopolita y local.
JUAN DAVID CORREA ULLOA
Ministro de Cultura

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