A los políticos no les va bien cuando confiesan intimidades a sus amigos. A estos después les da por hacerlas públicas en busca de ese irresistible minutico de fama con el que soñamos todos. Pero es que, como diría José Alfredo Jiménez, a los políticos nada les han enseñado los años, siempre caen en los mismos errores. Y la más reciente víctima que se ha cobrado esta ingenuidad es J. D. Vance, el camaleón de Ohio, seleccionado como fórmula vicepresidencial por Donald Trump.
Trump parece estar tan determinado a romper todas las reglas que ha terminado incluso por romper las de la sensatez con el nombramiento de Vance. En la historia norteamericana, incluso antes de la guerra civil, la estrategia que mayores frutos ha dado a la hora de escoger candidatos vicepresidenciales es la que llaman balancing the ticket. Es decir, atraer grupos geográfica o ideológicamente distintos a los que el candidato presidencial ya representa. Sin embargo, con Vance, Trump le apostó a una versión más joven, aunque menos carismática, de sí mismo.
Y es que cuando Trump levantó el telón para presentar a Vance, la primera impresión que tuvo la opinión pública fue la de un ultraconservador que acusa a mujeres con gatos y sin hijos de estar gobernando el país e incluso llegó a sugerir que el voto de quienes tienen hijos debería valer más que el de los demás, toda vez que estos tienen un mayor interés en el futuro de la nación. Pero con el tiempo, gracias a la confesión de viejos amigos de Vance, esta imagen se desvaneció y fue remplazada por otra: la de un camaleón que ajusta sus posturas al ritmo de las ideas que se ponen de moda.
Al parecer, The New York Times, el cual a veces parece un detective privado del Partido Demócrata, dio con una vieja compañera de Vance en Yale, a quien él mismo llama “una lesbiana extremadamente progresista”, quien hizo públicas largas conversaciones con el hoy candidato a la vicepresidencia que dan fe de que este, en el pasado, aunque conservador económicamente hablando, era un firme defensor de los derechos de las minorías sexuales, crítico de las políticas xenofóbicas contra los musulmanes del propio Trump y hasta llegó a afirmar que odiaba a la policía, tras el asesinato de un joven afroamericano de 18 años a manos de las autoridades en 2014.
En lo que a la economía respecta, Vance giró a la izquierda, como también lo han hecho algunas de las derechas antiglobalización alrededor del mundo.
Pero si Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, Vance, en cambio, parece haber reencarnado en una versión exactamente contraria a sí mismo. No solo se convirtió en un férreo fustigador del llamado “progresismo cultural de izquierda”, sino también en un propagador del ya trillado y mentiroso discurso antiinmigración del Partido Republicano. Pero eso no es todo. En lo que a la economía respecta, Vance giró a la izquierda, como también lo han hecho algunas de las derechas antiglobalización alrededor del mundo. Hoy defiende medidas como incrementar impuestos corporativos, aumentos del salario mínimo y endurecer las leyes antimonopolio con tanto fervor que, en ocasiones, ya no es claro si el que está hablando es Vance o Bernie Sanders. ¡Ronald Reagan debe estar revolcándose en su tumba! Ya hay incluso quienes señalan a Vance de ser un representante de una ideología en la cual, pensaba yo, no militaba nadie distinto a su Santidad el papa Francisco: “el socialismo antiaborto”. En realidad, la metamorfosis de Vance parece ser un reflejo del destino hacia el cual se enfilan muchas de las nuevas derechas: cada vez más retrogradas en lo cultural y de izquierda, aunque proteccionista, en lo económico.
Al fin y al cabo, los políticos también están sometidos a la tiránica ley de la oferta y la demanda y, si no ajustan sus ofrendas a los nuevos tiempos, están sentenciados a la amargura del olvido. Pero para que esto dé rédito, las primeras condiciones son fingir autenticidad y, sobre todo, nunca confesarles intimidades a los amigos.