“Tengo que conseguirme una novia que trabaje en un call center o que trabaje en Homecenter o en el Éxito de cajera. Así la puedo humillar, la puedo tratar mal sin que me diga nada, porque yo le voy a mantener a la mamá, y si me deja, la mamá queda pobre” (...). “Hay mujeres que aguantan un puño en la cara, no van a aguantar un mensajito” (...).
Estas son algunas de las perlitas que Westcol, uno de los principales streamers colombianos, lanzó en sus transmisiones hace unas semanas. Mensajes que han indignado por tratarse de agresiones y un claro ejemplo de violencia de género, en un país donde mueren a diario mujeres por ello, y que son difundidos a la ligera por alguien tan masivo.
No se trata de llover sobre mojado. Más allá de condenar lo que dijo un personaje que vive de generar este tipo de polémicas, se tienen que contemplar medidas y correctivos que impidan que más grupos sociales se sientan vulnerados por estos “influenciadores” que le llegan a una audiencia de cientos de miles.
Ya otras entidades los han apretado. La Dian, con la tributación; la Superintendencia de Industria y Comercio, con la publicidad engañosa, y la Superfinanciera, con los sorteos, concursos e inversiones que promueven en sus cuentas.
En esta nueva realidad de las plataformas digitales, no solo los medios de comunicación tenemos responsabilidad informativa; ahora también los influencers y mucho más los streamers, que transmiten en vivo sin ningún control del contenido durante más de ocho horas al día a un público en su mayoría adolescente, que los sigue de forma religiosa, sin cuestionarlos y atacando sin titubeos a cualquiera que se atreva a hacerlo.
Hace unos meses, la periodista Juanita Gómez terminó siendo amenazada hasta de muerte por una horda de fanáticos de Westcol, luego de publicar una videocolumna en la que rechazaba el discurso de odio que promueve el influenciador y defendía a otro colega, un reportero del Tolima que también había sido intimidado.
Viene siendo hora de que la Comisión de Regulación de Comunicaciones extienda su control y vigilancia a estos nuevos “líderes de opinión” que no se pueden seguir blindando en la libertad que dan las redes sociales para matonear. No. No están “hablando sobre lo que todos piensan pero no dicen”, como tanto se escudan. Están fomentando el machismo, el ciberacoso y la estigmatización, sobre todo a las nuevas generaciones que crecerán naturalizándolos.