El deterioro de la capital de la república salta a la vista. Además de haberse convertido en el centro aterrador de poderosas mafias y de sanguinarios carteles de la droga, hoy se refugian en Bogotá y hacen de las suyas numerosas bandas de criminales, ladrones, secuestradores y mafiosos de todas las calañas, ante la ausencia de autoridades competentes que les pongan coto a tantas inquietudes y a tanta inseguridad.
Si bien es cierto que las autoridades se mueven y hacen lo posible por cumplir con sus responsabilidades, son tantas las bandas de asaltantes y criminales asentados en esta ciudad que a veces no hay policías ni autoridades suficientes para dar abasto y controlar y reprimir a esa gente de mala ley.
Los ciudadanos nunca nos habíamos sentido tan desprotegidos ni con tanto miedo de salir a la calle, de recorrer una ciudad que hoy parece estar atestada de ladrones, vendedores de drogas, asesinos y maleantes de toda clase. Porque hoy, como lo viven a diario la mayoría de los ciudadanos, la fría Bogotá se ha convertido en la sede de grupos delictivos que hacen y deshacen a su antojo, sin que las autoridades puedan defender a la ciudadanía de tantos malandrines y malhechores.
Claudia López, la alcaldesa mayor, trata de hacer lo que puede para evitar o para reprimir tanta inseguridad. Pero da la impresión de que ella pierde mucho tiempo ‘echando vainazos’ y dándoles garrote duro y parejo a los demás, sin que las autoridades a su cargo cumplan a cabalidad con sus muchos deberes y responsabilidades.
Los ciudadanos nunca nos habíamos sentido tan desprotegidos ni con tanto miedo de recorrer una ciudad que hoy parece estar atestada de ladrones.
La inseguridad es reina y señora de esta ciudad, donde, insisto, los habitantes nos sentimos cada vez más asustados y desamparados. Al ciudadano del montón le da pavor salir a la calle, porque hoy, con enorme facilidad y total impunidad, les roban las carteras, celulares y paquetes con las compras que acaban de hacer, sin que se vean autoridades prestas para tratar de impedirlo.
La alcaldesa trinó hace unos días diciendo que “robar es un delito, no un deporte”. Esa fue su manera de protestar contra la decisión de unos funcionarios del Poder Judicial que decidieron dejar en libertad a varios rateros. Según la mandataria, en esta ciudad ocho de cada diez detenidos por hurto quedan libres, y no se tardan en salir otra vez a robar. Y si acaso los detienen de nuevo, la historia se repite y vuelven a quedar libres poco después. “Con impunidad no hay seguridad”, dice López. No obstante, la impunidad es pan de cada día en esta desvalida ciudad.
Pero no obstante la batalla contra los bandidos y malhechores en esta capital, los atracos, los asaltos y la robadera no calman. La inseguridad es una permanente amenaza para la ciudadanía. Los delincuentes, vándalos y transgresores son tantos que las autoridades no alcanzan a perseguirlos y mucho menos a detenerlos. La inseguridad y la impunidad reinan en todo el territorio y no se ven luces esperanzadoras al final del túnel.
En este ambiente confuso, todos vivimos con los pelos de punta. Y aunque la alcaldesa y sus colaboradores se esmeran para tratar de solucionar este creciente flagelo, los resultados no se ven y solo crecen el pesimismo y la desesperanza. El número de delitos aumenta, y la sensación de impotencia abruma.
La Alcaldía de Bogotá y sus distintos estamentos tienen que ponerle orden al desarrollo de la ciudad y sacar adelante las obras pendientes, pero más importante aún, tranquilizar a una ciudadanía angustiada y atemorizada que se siente inerme y desamparada. Los problemas son muy complejos y reina la incertidumbre no solo a escala nacional, sino particularmente en la capital. Las autoridades –locales y nacionales– tienen que ponerse las pilas para generar seguridad y tranquilidad en la ciudadanía. Y ojalá puedan cumplir, así sea con tan solo algunas de sus muchas obligaciones con los habitantes de Bogotá y de todo el país.
LUCY NIETO DE SAMPER