Aunque el tema ha sido debatido, aplaudido y criticado hasta el cansancio, es imposible dejar de lado el delicado asunto que involucra al poderoso senador Álvaro Uribe, quien, por sentencia de la Corte Suprema de Justicia, tiene la casa por cárcel. Vale recordar que Uribe ha sido alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia, director de la Aeronáutica Civil, congresista, dos veces presidente de la República y ahora es senador. Durante décadas ha sido el político más aplaudido y más influyente. Sus aportes al desarrollo del país son recocidos también por ciudadanos independientes, quienes le critican sus graves errores y sus excesos. Que han sido muchos.
Por ejemplo: al final de su primer período presidencial, 2002-2006, el ambicioso político logró que se violara la Constitución para hacerse reelegir. Con tentadoras ofertas burocráticas, consiguió que dos congresistas cambiaran su voto para favorecerlo. Ese escándalo, en el cual tomaron parte funcionarios de su gobierno, se conoce como ‘Yidispolítica’. Pero, no contento con gobernar el país durante 8 años, promovió una tercera reelección. Pero una muy bien sustentada ponencia del magistrado Humberto Sierra Porto le puso tatequieto a esa nueva ambición.
Para seguir interviniendo en el manejo del país, Uribe se lanzó al Senado. Hizo una lista de amigos y amigas. Todos elegidos, fortalecen el Centro Democrático. El poder y la influencia de Uribe se magnifican. Entre los fervientes senadores uribistas surge un ilustre desconocido: Iván Duque. A los 2 años, con el poder y la influencia de Uribe, Duque llega a ser presidente de la República.
El terremoto que desató la sentencia de la Corte estremeció los cimientos de esta república. Al presidente, por apresurarse a certificar la conducta intachable de su mentor, le llovieron críticas.
Hace 15 días, cuando la Corte Suprema le decreta a Uribe casa por cárcel, pues está acusado de comprar falsos testigos, para defenderse de las acusaciones del senador Iván Cepeda, masas uribistas se lanzaron a las calles de las ciudades para protestar. Le atribuyen a esa decisión intenciones vindicativas, porque en los gobiernos de Uribe las relaciones con las cortes fueron muy conflictivas.
Analizando con cabeza fría lo que ha sucedido, es claro que la Corte le impuso a Uribe casa por cárcel no para impedir que tomara las de Villadiego. Aunque como presidente Uribe acolitó la fuga a Panamá de la exdirectora del DAS María del Pilar Hurtado, cuando se descubrió que la entidad era un nido de traidores que espiaba a opositores del Gobierno para encarcelarlos, Álvaro Uribe nunca tomaría ese camino. Su alta autoestima se lo impide. Jamás se expondría a que lo llamen cobarde.
Lo cierto es que la Corte le puso tatequieto al poderoso político no para impedir que se fugara del país, sino para evitar que, en libertad, siguiera manejando y manipulando su caso. Acusado de comprar testigos en los bajos fondos para defenderse de su enemigo político, el senador Iván Cepeda, quien a su vez acusa a Uribe de lo mismo, la Corte aisló a Uribe para que no siguiera manipulando su propio caso.
Revisando testimonios, grabaciones, declaraciones, e investigando a fondo, de lado y lado las acusaciones y las críticas, lo que encontró, dedujo y decidió la Corte Suprema está consignado en una sentencia que tiene 1.550 páginas. Tan larga sentencia, muy criticada por los uribistas, demuestra que “las ayudas humanitarias” que repartía el abogado Cadena tenían el visto bueno del senador Uribe.
El terremoto que desató la sentencia de la Corte estremeció los cimientos de esta república. Al presidente Duque, por apresurarse a certificar la conducta intachable de su mentor, le llovieron críticas. Como mandatario de todos los colombianos, le quedó mal desacatar una sentencia de la Corte Suprema de Justicia.
Este grave problema judicial, que en virtud de la polarización del país se ha convertido en un problema político, ha adquirido dimensiones internacionales –los principales diarios del mundo le han dado primera página–, y sabe Dios en qué podrá terminar.
Esperemos que prime la justicia.
Lucy Nieto de Samper