El coronavirus no da tregua. Miles de enfermos colman los hospitales, y muchos otros terminan en los cementerios. El resto de la población atiende las instrucciones que dan los médicos y los gobernantes. O hace lo que le da la gana, contribuyendo así a que la pandemia siga devorando a una población asustada e indefensa. Entre tanto, las naciones se arruinan, las empresas se quiebran y los trabajadores pierden su trabajo. En este mundo al revés, el Gobierno maneja el país a su manera y el porvenir se ve cada vez más negro.
Pensando en el lento o escaso funcionamiento de las instituciones, tantas veces virtual, bueno es mirar qué pasa en el Congreso de la República, en donde suele ocurrir lo que menos esperan los electores. Por lo pronto, contrariando una cuestionable realidad, los honorables congresistas eligieron presidente del Senado al congresista barranquillero Fuad Char, conocido por sus colegas por sus continúas e inexplicables ausencias y por no tomar la palabra. Es decir, por no haber dicho ni mu, en un recinto en donde debe brillar la palabra. Porque para ser congresista, una de las cualidades indispensables es hablar y saber hablar.
En realidad, lo que se impuso en el Senado fue el inmenso poder económico y político de la familia Char. Una familia que, como saben en su tierra, se está preparando para lanzar como candidato presidencial, para el período 2022-2026, al muy eficiente gobernador Alejandro Char. Pero, con todo el poder y la importancia que tiene en su región esa famosa familia, no se puede pasar por alto que el nuevo presidente del Senado está acusado, por la prófuga excongresista Aida Merlano, de participar en compraventa de votos para elegir congresistas.
Aunque soy ferviente partidaria de proceso de paz, del ‘Sí’ en el plebiscito y estoy a favor de la JEP,
me parece que elegir segunda vicepresidenta del Senado a la viuda de ‘Tirofijo’ no tocaba.
Mientras se aclara ese enredo, si esa aclaración es posible, creo que el Senado les metió a sus electores otro gol: elegir a Sandra Ramírez segunda vicepresidenta del Senado. Sin que hubiera sobresalido como congresista, se debería recordar que Sandra Ramírez es la viuda de ‘Tirofijo’, el creador y jefe máximo de las Farc, un grupo guerrillero, cruel y sanguinario que durante 50 años llenó el país de terror y de víctimas.
Aunque soy ferviente partidaria de proceso de paz, del ‘Sí’ en el plebiscito y estoy a favor de la JEP, de la Comisión de la Verdad y de los excombatientes que dejaron sus armas –armas convertidas por la artista Doris Salcedo y por mujeres víctimas de esa larga guerra fratricida en la base de Fragmentos, antimonumento creado y levantado por la artista y por víctimas del conflicto armado–, me parece que elegir segunda vicepresidenta del Senado a la viuda de ‘Tirofijo’ no tocaba. Ese nombramiento, celebrado inclusive por el amo y señor del Centro Democrático, creo que fue demasiado.
Sandra Ramírez, una vez elegida flamante vicepresidenta, con sus controvertidas y equivocadas declaraciones, me dio la razón. Cuando fue entrevistada por los medios, se atrevió a decir que las Farc no reclutaban menores. Los periodistas se encargaron de desmentirla. También se atrevió a defender a un traidor tan despreciable como ‘Jesús Santrich’, quien luego de permanecer muchos años en La Habana, dizque negociando el proceso de paz, terminó acusado por los gringos de meter cocaína en ese país. Solicitado para ser extraditado, ‘Santrich’ se burló de la JEP, de sus compañeros de lucha, de los negociadores y de los compromisos adquiridos. A medianoche saltó por la ventana de su cuarto y puso pies en polvorosa.
Fue a dar a Caracas, en donde lo esperaba ‘Iván Márquez’, el peor y más vil de los traidores, quien había sido acogido con los brazos abiertos por el dictador Nicolás Maduro. En esa cueva de ladrones, de narcos y de guerrilleros en que ese dictador ha convertido el país, que fue el más rico del continente, esos malandrines viven a sus anchas, para desgracia de Colombia y de los países vecinos.
A pesar de tanta traición y de los obstáculos impuestos por este gobierno, la paz sigue su curso. Las negociaciones en La Habana no fueron en vano.
Lucy Nieto de Samper