Lo cierto es que el irresponsable, impredecible e intratable presidente Donald Trump continúa dando palos de ciego para tratar de mantenerse en su alto cargo: primer mandatario del país más poderoso del mundo. Infectado con el letal coronavirus y obligado a recluirse en el hospital militar Walter Reed, en Bethesda, Maryland, hasta los médicos parecen doblegados. Dicen que, debido a presiones del poderoso mandatario, los partes médicos sobre su estado de salud fueron muy benignos. Y el presidente no parecía estar aislado, como tienen que estarlo todas las personas que hayan adquirido ese virus, que puede ser letal.
Como Trump está en campaña presidencial y no quería que la gente creyera que él está enfermo, a los tres días de estar en el hospital los médicos, sin más ni más, le permitieron que regresara a la Casa Blanca. Y allá, sin las distancias y sin las precauciones requeridas, el mandatario se pasea por la residencia presidencial como Pedro por su casa. Él, como ya se ha visto, hace lo que le da la gana, y nadie se atreve a contradecirlo. Y no es por respeto, sino por el miedo que infunde este peligroso personaje entre todos los circundantes.
Y Trump, amo y señor de sus actos, cuando estuvo hospitalizado en el Walter Reed salió a pasear en carro con algunos de sus subalternos. Y en una demostración de poder, se quitó el tapabocas. El todopoderoso no podía doblegarse ante un simple coronavirus. De remate, ahora dice que se siente mejor que nunca. Trata de restarle gravedad a un virus que ha dejado en el mundo millones de muertos. Sobre todo en Estados Unidos, que donde ya van más de 212 mil fallecidos. Porque Trump, para llevarle la contraria al mundo entero, no protegió a la población gringa desde el principio de la pandemia.
Mientras Trump seguía con su coronavirus en la Casa Blanca, su vicepresidente, Mike Pence, se enfrentaba en Salt Lake City con Kamala Harris, vicepresidenta de Joe Biden. En un ambiente sereno y con todas las de la ley, el debate trascurrió sin escenas groseras y sin interrupciones abruptas, como las que protagonizó Donald Trump durante el encuentro con su rival, Joe Biden. En esta ocasión, las diferencias se debatieron con argumentos y con razones, no con insultos.
Y fue enfática la senadora Kamala Harris en criticar el pésimo manejo que Donald Trump le ha dado a la pandemia. Por minimizar su peligrosidad y por demorarse en tomar medidas, el virus se extendió por todo el territorio. Por lo tanto, Estados Unidos, el país más rico y más desarrollado del mundo, es hoy la nación con mayor número de personas contagiadas y con mayor cantidad de personas muertas.
En el debate salió a relucir que el multimillonario Donald Trump pagó este año, por concepto de impuestos, solamente 700 dólares. Mucho menos de lo que paga una enfermera, dijo Kamala Harris. Ella dijo también que Trump ha pretendido acelerar el desarrollo de una vacuna anticovid, no tanto para salvar muchas más vidas, sino para él beneficiarse.
Otros cuatro años de Trump serían un completo desastre. En cambio, con Joe Biden y con Kamala Harris se vislumbran llenos de esperanzas
Lo novedoso de este debate es que, por primera vez en la historia, hay una mujer afroamericana en una posición tan importante. Y Kamala Harris, brillante senadora, se lució: por sus conocimientos, por su preparación y por su trayectoria. Hay, pues, muchas esperanzas de que las cosas en Estados Unidos cambien. Otros cuatro años de Trump serían un completo desastre. En cambio, cuatro años con Joe Biden y Kamala Harris se vislumbran llenos de esperanzas.
El mundo está pendiente de las elecciones en Estados Unidos el próximo 3 de noviembre. Aunque el presidente Donald Trump ha anunciado repetidas veces que no aceptará nada distinto de su propia victoria, lo posible, lo probable, y lo que quiere una inmensa mayoría de ciudadanos, es que el combativo y explosivo dirigente termine su accidentada carrera política en Mar-a-Lago, su maravillosa propiedad en Miami Beach.
LUCY NIETO DE SAMPER