Que Naciones Unidas, en ejercicio de sus funciones, hubiera demostrado su preocupación por el asesinato de tantos líderes sociales, hubiera insistido en la necesidad de hacer en Colombia una reforma agraria y se hubiera atrevido a proponer un reordenamiento del Esmad significó para el presidente Iván Duque una intromisión indebida de esa organización internacional en asuntos que solo le competen al Gobierno de Colombia. Consideró que, con ese informe, Naciones Unidas estaba atentando contra nuestra soberanía.
No actuó el presidente Duque con la misma contundencia, ni con el mismo patriotismo, frente a las órdenes impartidas por el presidente Donald Trump. Por el contrario. En la Casa Blanca, en la famosa Oficina Oval, después de haberle obsequiado al poderoso mandatario gringo unas bellas mancornas, como fue profusamente informado, el Presidente colombiano se apresuró a hacer cumplir la orden que le daba el prepotente Donald Trump: reanudar de inmediato la aspersión aérea de glifosato, para exterminar los extensos sembrados de coca.
Creo que nadie pone en duda que la política antidroga que impuso Estados Unidos en Colombia ha sido un verdadero fracaso. Pues, no obstante los muchos millones de dólares que ha invertido ese país en tratar de acabar con los cultivos de coca, de marihuana y de amapola –de la cual se extrae la heroína–, cada vez hay más áreas cultivadas con plantas con las que se fabrican muchas drogas ilícitas. Porque el número de consumidores crece como espuma. Y, como está demostrado que el narcotráfico es el negocio más lucrativo que existe, los narcotraficantes se han multiplicado como curíes para satisfacer la demanda de millones de consumidores. Y, en el mundo, los más grandes consumidores de drogas ilícitas son los norteamericanos.
Que EE. UU. sea en el mundo el país campeón en consumir drogas ilícitas parece no desvelar a los mandatarios de esa gran nación. Pero sí los desvela que en Colombia aumenten las hectáreas de coca
Ese detalle tan significativo, que Estados Unidos sea en el mundo el país campeón en consumir drogas ilícitas, parece que a los mandatarios de esa gran nación no los desvela. Pero sí los desvela que en Colombia aumenten las hectáreas de coca. No obstante, la drogadicción en ese país es una verdadera tragedia. Pues su población, no contenta con la coca, con la heroína, con la marihuana, ha fomentado la producción de opiáceos. Y “los opiáceos son el cáncer silencioso que devora a los Estados Unidos”, reza un titular de prensa.
Parece que todo comenzó con el Oxy Cotin, un fármaco producido por la empresa Purdue, que pertenecía a la famosa familia Sackler, benefactora de museos y universidades. Y el tal Oxy Cotin, recetado por los médicos como analgésico, se fue popularizando. Y esa popularidad se convirtió en adicción. Y la adicción se convirtió en tragedia. Pues hoy, más de 27 millones de norteamericanos son adictos a las drogas ilícitas.
Pero esa es otra historia. Por lo pronto, veremos qué sucede aquí con las nuevas aspersiones de glifosato ordenadas por Donald Trump y puestas en práctica por el presidente Iván Duque, a pesar de que, por restricciones legales y recomendaciones sanitarias, las tales aspersiones estaban prohibidas.Lamentablemente, y por lo visto, estamos sometidos a las órdenes de un gobierno extranjero.
Doloso el comportamiento de políticos barranquilleros de la alta sociedad. El novelón protagonizado por la exparlamentaria Aida Merlano deja por el piso a lo más granado de esa sociedad. Que está en mora de ser interrogada por las autoridades judiciales, pues son muchas las faltas cometidas por esos magnates. ¿O acaso su poder social pesa más que el Poder Judicial?
La prensa dice que uno de esos magnates aspira a ser presidente del Senado. Y otro es serio aspirante a la presidencia de la República. Gracias al lento desarrollo de la justicia, esas candidaturas siguen en pie. Y nada tendría de raro que el nuevo presidente del Congreso y el próximo presidente de la República sean barranquilleros. Cuando la justicia cojea, todo puede suceder.
Lucy Nieto de Samper