En la Grecia Clásica, Aristóteles afirmaba que la política debe tener una relación directa con la moral y que el principal objetivo de ambas debe ser lograr el bien común. Los gobernantes eran vistos como faros que deberían liderar con su ejemplo las naciones. Por ello, principios de la ética individual como la justicia, la prudencia, la coherencia y la lealtad eran también los valores de la política. Sin embargo, en la edad moderna, Maquiavelo fundó una escuela basada en el divorcio total entre la moral y la política, en la cual el fin de llegar y conservar el poder justifica los medios para alcanzarlos, lo cual ha sido seguido rigurosamente por el Pacto Histórico.
Lo cierto es que la historia ha terminado demostrando que en la práctica la política también tiene relación con la moral, no solo por su deber ser, sino también porque en la mayoría de los casos separarlas desde la campaña política termina muy mal, como demuestran los casos de Nixon, Trump, Toledo, Samper y Kirchner, entre muchos otros. Hoy, cuando se cumple un año del gobierno de Petro, se empieza a demostrar que los pecados de la campaña presidencial de 2022 generaron un gobierno caótico, sin ningún faro moral.
El primero es la incoherencia programática. Un gobierno elegido con alianzas con políticos cuestionados y apoyados por grupos ilegales, con el único fin maquiavélico de llegar al poder y trapear con la bandera de lucha contra la corrupción.
La segunda es la total incoherencia política. Un partido que anunciaba el cambio, pero a la vez se aliaba con los políticos más cuestionados de Colombia, como Armando Benedetti. El resultado también fue desastroso, unos y otros se empezaron a traicionar por quién tenía más poder y quién aportó más recursos ilegales a la campaña. Es un poco risible cómo ambos se sienten dueños de la victoria presidencial por su trabajo de campo, al llevar más de 15.000 millones de pesos para financiar la compra de votos, sin contar con los apoyos del ‘hombre Marlboro’. Plata hubo, y mucha, para cumplir el objetivo de llegar a la presidencia y hoy están pagando esos favores.
La tercera es la falta absoluta de lealtad con el sector serio de centro que los acompañó en campaña, representado luego en el gobierno por Alejandro Gaviria, Alfonso Prada, Cecilia López y José Antonio Ocampo. A todos los usaron y luego los sacaron por la puerta de atrás. Lo cual fue, además, una pésima jugada, pues mostró a sus pocos ‘aliados’ el escaso valor que tiene para ellos la lealtad. ¿Quién es tan suicida de subirse en el acuerdo nacional propuesto por el presidente Petro con semejante antecedente? Ni qué decir de la lavada de manos de Petro con su propio hijo, al decir que no lo crio. En su historia, el país nunca había observado semejante acto de cinismo y ahora está pagando las consecuencias.
La última y más delicada es la falta de transparencia. Los diálogos de la ‘paz total’ que han implicado entregarles medio país a los grupos ilegales empezaron en campaña en La Picota, tal como reveló la Unidad Investigativa de Caracol. Hoy el país está en una crisis de seguridad sin precedentes en la historia reciente con índices de secuestro, extorsión y narcotráfico no vistos desde hace más de 10 años; y lo peor, sin un futuro a la vista. Esta crisis es mucho peor que la del proceso 8000, porque hoy a los grupos ilegales del Pacto de La Picota se les entrega diariamente parte del país para que narcotrafiquen a sus anchas y el ministro de Defensa tiene confinada a la Fuerza Pública, maniatada jurídica y físicamente.
Al final, lo sucedido en tan solo 12 meses en este gobierno reafirma una verdad histórica: la que demuestra que un gobierno creado maquiavélicamente, tarde o temprano termina en un caos moral total.
LUIS FELIPE HENAO