Los comienzos suelen tener un componente de incertidumbre y, cuando son buenos, de esperanza. Los finales tienen de bueno que la memoria filtra y con frecuencia rescata después lo bueno. O que lo malo se termina. Los comienzos son también oportunidades para corregir el rumbo.
Esto es igual cuando se trata de una relación personal, en los negocios y ante un cambio de gobierno, como el que vivirá Colombia en los próximos meses. Los cambios siempre tienen el potencial de traer algo positivo, cuando se viven deliberadamente y se planea con una visión de futuro.
Es difícil entender el presente del país, de la región y del mundo –los niveles de descontento y de rabia y la capacidad de autodestrucción de nuestras sociedades–. La pregunta grande es cómo nos sobreponemos para construir algo entre todos. Cómo se construyen confianza y sociedad cuando se ha desdibujado el punto de partida. Hace unos días, un buen amigo me decía que tenemos que comenzar a hablar en serio de cultura ciudadana. De la capacidad de ver al otro y respetarlo, de cumplir unas reglas básicas de convivencia y vernos como una parte de algo más grande que nosotros mismos. De acordarnos de que estamos inevitablemente interconectados y que cada una de nuestras acciones como ciudadanos mejora o destruye el bienestar de otros y, a su turno, se devuelve como algo bueno o malo para nosotros mismos. No sé en qué momento se nos olvidó esto. Uno de los mayores costos de haber permitido sociedades tan desiguales es la posibilidad de vivir en burbujas, artificialmente aislados del efecto de nuestras decisiones. Los procesos políticos que estamos viviendo en toda la región son la evidencia de que esas burbujas son insostenibles. Ni los menos ni los más educados, con contadas excepciones, somos buenos ciudadanos.
La calidad del futuro que comienza depende de la construcción de una narrativa nacional que nos una alrededor de los problemas complejos del desarrollo
Les he dado vueltas a las distintas rutas de política que se han puesto sobre la mesa desde los distintos extremos ideológicos durante el eterno proceso de elecciones presidenciales en Colombia. Creo que muchas surgen de preocupaciones legítimas por mejorar el bienestar de los colombianos y todas ellas son mejorables, si hay la apertura para oír a los opositores y lograr consensos. Por ejemplo, la idea de detener la exploración petrolera tiene por detrás la preocupación de adaptar el modelo de producción para que sea sostenible y amigable con el medio ambiente. El objetivo no puede ponerse en duda. La pregunta es cómo hacerlo para no destruir en el camino la capacidad de gasto del Estado. El tránsito tiene que ser gradual, y en algún grado así ha sido ya planteado por el gobierno saliente. El reto inmenso es cómo reconvertir el aparato productivo y educarnos, más en general, en maneras distintas de hacer las cosas. En todo caso la exploración no se podría interrumpir de un día para otro porque hay unos contratos firmados y el precedente de romperlos sería tremendo para la inversión privada y el crecimiento económico. Pero, no importa cuál sea el gobierno, sentar las bases para el tránsito a un modelo de crecimiento verde es prioritario.
Reemplazar el IVA por un impuesto al consumo con una base más amplia y una tasa más baja puede ser una ruta para estimular la demanda y ordenar la casa. Tal vez sea útil reconocer que nuestra sociedad no tiene la madurez que requiere la gestión de un impuesto complejo como el IVA, con todos sus descuentos, y transitar a un impuesto más simple sobre el consumo final de bienes y servicios. Los altos niveles de evasión del IVA sugieren que no es completamente loco repensarlo. Por supuesto, se necesita dimensionar bien las implicaciones fiscales y la temporalidad razonable de un cambio en esta dirección.
La calidad del futuro que comienza depende de la construcción de una narrativa nacional que nos una alrededor de los problemas complejos del desarrollo. Una parte depende del gobierno de turno. Pero la precondición está en la decisión de ejercer a conciencia nuestra ciudadanía y acordarnos de que la sociedad que resulta es la suma de esos ejercicios individuales.
MARCELA MELÉNDEZ
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