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Una semana, dos Petros

Dos caras del mismo hombre, una en la entrevista que no responde y la otra en el soliloquio.

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En menos de dos semanas vimos dos facetas del presidente Gustavo Petro totalmente distintas. La primera, en sus respuestas a la entrevista de la revista ‘Cambio’, un Petro que prácticamente no contesta nada de lo que le preguntan.
La segunda, ese Petro botafuegos que le echa gasolina a la lucha de clases, en un discurso en Carmen de Bolívar, embutido por la TV como alocución presidencial dos días después para que no nos perdiéramos el espectáculo.
Acertadamente ‘Cambio’ se levantó la entrevista con Petro con el fin primordial de averiguar por su salud, gran duda de los colombianos, luego de las cerca de 100 cancelaciones de actos oficiales a los que el Presidente no llega o por motivos de salud, o climáticos. La respuesta fue que sus incumplimientos se deben a que “inexpertos” le preparan su agenda y que él se cansa mucho y necesita sus equilibrios. Sobre si sufre de depresiones, dice que no recuerda el episodio en el cual Ingrid Betancourt lo encontró tirado en el piso e inconsciente en su apartamento de Bélgica. Pero que, en cambio, sí recuerda que ella y su entonces compañero sentimental, Carlos Alonso Lucio, le rompieron una cama. Sobre si está enfermo, responde algo enredadísimo sobre un supuesto carcinoma que le encontraron en Cuba, diagnóstico que aparentemente después le fue desmentido en Colombia. Total: ¿Petro está enfermo? Más fácil averiguar el material de la cama que le rompieron Ingrid y Lucio.
Preguntado por episodios de tragos y de los masajes de su esposa, que pide que se los hagan con marihuana, Petro responde que como él es el primer presidente de izquierda, la prensa lo vigila más que a todos sus antecesores. Preguntado por el episodio de Petro júnior, sostiene que la investigación a la que lo está sometiendo la Fiscalía es solo porque se trata de su hijo. Al preguntarle si va a cambiar la terna para la Fiscalía, contesta que le quieren quitar la potestad de ternar al fiscal, por ser el primer presidente de izquierda. Que el problema no son Laura, ni Benedetti ni los celos de poder entre los dos, sino, insiste, que sus enemigos lo quieren tumbar. Y cuando le preguntan que si, como asegura Benedetti, tiene problemas con la cocaína, Petro responde que no sabe cómo es Benedetti borracho. Y que varias veces le “sacó la maleta” cuando le insinuaba que se fueran a tomar un whisky. Finalmente, el Presidente les pregunta a los entrevistadores si han tenido la experiencia de arrastrar a un elefante, porque el Gobierno es paquidérmico. Es decir, mientras su amigo Samper metió el elefante en la sala, Petro lo arrastra.
La única respuesta que merece atención, por lo mentirosa y descarada, es sobre los 15.000 millones que Benedetti asegura haberse levantado para la campaña. Según Petro, esa conversación con Sarabia (en la que dice no saber si Benedetti estaba borracho) puso a todo el mundo a buscar los 15.000 millones, que están ahí, porque provinieron de préstamos de “Bancolombia y Sudameris, creo”. Petro nos debe creer muy imbéciles a los colombianos si aspira a convencernos de que la banca necesita buscar intermediarios clandestinos y procedimientos ocultos para prestarle plata a una campaña, operación absolutamente normal y usual. Entre otras cosas, un banquero prudente se mantendría lo más alejado posible de asuntos relacionados con Benedetti.
Luego, con gran elocuencia, vino el discurso a los campesinos en Carmen de Bolívar, donde dijo inexactitudes como que Argos y el diario antioqueño ‘El Colombiano’ eran del mismo dueño, algo que este ya desmintió. Acusó a Argos de ser el mayor despojador de tierras de campesinos desplazados. La carta de respuesta de la compañía a tan grave afirmación sorprendió, por lo mansa y sumisa. ¿Será que algo hay de las acusaciones del Presidente que la empresa no puede desmentir del todo?
Entre las frases más célebres está la de que en Colombia reina una acumulación de codicias por parte de propietarios de aviones y jets privados de algunos empresarios “acostumbrados a que les pidan plata”, aeronaves en las que él mismo ha viajado varias veces por amabilidad de sus propietarios; y hasta lo hizo consuetudinariamente el propio Benedetti como embajador en Venezuela, incluyendo los cerca de doce viajes exprés a Caracas de la famosa “niñera”. Que hablar significa mirar a los ojos al pueblo y no ir a tomar whisky con los empresarios a los clubes. Y que (nuevamente) a él lo quieren tumbar, esta vez con una vaca entre empresas españolas, por lo que de llegar el día en que no siga “en esta existencia”, ya el campesinado, las juventudes y los trabajadores saben qué hacer, como ocurrió cuando mataron a Gaitán…
Dos caras del mismo hombre, una en la entrevista que no responde y la otra en el soliloquio, su actividad favorita, donde el dragón arroja excitadas bocanadas de fuego contra el país.
MARÍA ISABEL RUEDA

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