La muerte de Cecilia Caballero de López, mejor conocida como la Niña Ceci, me hizo recordar el prólogo de Cormac O’Brien en su libro ‘Vidas secretas de las primeras damas de EE. UU.’, que retrata muy bien esa dignidad, que a muchas mujeres les llega sin querer o soñar en la vida. “Kudos!: su esposo acaba de ser elegido presidente del país. La relación con él jamás volverá a ser la misma”.
Y mientras eso dure, todo conspirará para destruir su intimidad. Encima de todo, no ganará un solo peso. Nadie votó por usted. Entonces, ¿cuál debe ser su trabajo? ¿Dedicarse al hogar, a cuidar sus hijos y construir en él un refugio para su ahora pública pareja? ¿Contentarse con parecer una mujer sin ambiciones intelectuales? ¿O volverse una activista política durante el gobierno de su marido, asumiendo sus propias causas? Su puesto en la historia dependerá de qué camino coja, a medida que avance el inevitable escrutinio.
O’Brien recuerda en su libro que la primera esposa de presidente en EE. UU. fue la de George Washington, Martha, que pasó a la historia en su rol de feliz matrona doméstica. Pero el término ‘primera dama’ lo acuñó más adelante la esposa del presidente James Adams, Dolly. Su fama principal es que sabía dar grandes fiestas, en las que introdujo por primera vez el helado; y porque le concedieron el honor de ser la segunda persona en la historia en enviar un código morse, después, claro, del propio Morse.
Nada comparable al papel que años después jugaría, entre 1933 y 1945, Eleanor Roosevelt. Se convirtió en ojos y oídos de su esposo, el presidente Franklin Delano Roosevelt, después de que lo atacó la polio. Se dice que cuando supo que había ganado la presidencia, ella lloró, creyendo que iba a perder lo que más tuvo en abundancia: su identidad. Por el contrario, fue una de las más poderosas y controversiales mujeres del siglo. Como prueba puramente anecdótica de su personalidad, cuentan que una vez sirvió al almuerzo perros calientes en bandeja de plata a los reyes de Inglaterra.
La historia pasa por primeras damas íconos de la moda como Jackeline Kennedy, hermosa, decidida, elegante, glamurosa. O por Nancy Reagan, quien al preguntársele por su principal proyecto como primera dama respondió: “Mi marido”, y lo cumplió.
Está el caso de primeras damas con agenda propia, como Hillary Clinton, de quien, aunque desde muy joven fue activista, hay quienes sostienen que sus aspiraciones políticas se dispararon como retaliación por el polémico papel que aceptó jugar, para enfrentar los escándalos de la tremenda libido de su esposo, el presidente Bill Clinton.
Notable, por la influencia sobre su esposo, fue la primera dama afroamericana, Michelle Obama, amada celebridad durante y después del retiro de Barack Obama. Educada, apasionada, elocuente, humilde y sin embargo glamurosa, luchó contra la obesidad infantil.
Y, desde luego, tenemos que hacer una parada en el misterioso papel de primera dama de Melania Trump, espectacular modelo eslovaca a quien una de las frases célebres que le atribuyen es: “El secreto de un buen matrimonio es tener baños separados”. Pero eso puede ser ‘cyberbulling’...
En Colombia hemos tenido primeras damas con todas esas características. Desde las que han preferido desempeñar su papel de amas de casa hasta las que han sido profesionales y ambiciosas. Y las glamurosas. Y las muy influyentes con sus esposos presidentes. Pero quizás una de las más completas haya sido la Niña Ceci.
Inteligente, espontánea, discreta, alegre, fue única en un aspecto: habiendo sido Alfonso López Michelsen uno de los hombres más polarizantes de su generación, su esposa, Cecilia, no tenía un solo enemigo. Él era guerrero, disidente y, como buen político, lleno de adversarios, pero ella no tuvo un solo detractor. Y, sobre todo, fue una primera dama que nunca tuvo pretensiones de poder. Comparable, en esa indiferencia por el poder, a una primera dama más reciente, Lina Moreno de Uribe.
En Colombia, el papel de las primeras damas ha venido aumentando en importancia. No es menor que sean las caras de un tema cada vez más importante, como la niñez. Que ha asumido Mariana Juliana Ruiz de Duque, empezando porque en este primer año ha estado volcada, ante todo, a ser mamá para llenar el vacío inevitable que un presidente en ejercicio deja obligatoriamente en una familia de tres hijos. Lo que ya se sabe es qué modelo de primera dama no será: ni la que se hace famosa por las fiestas, ni la que compite por ser la más glamurosa ni la que tiene agenda propia. Por lo pronto, una discreta esposa del Presidente.
MARÍA ISABEL RUEDA