Antes de que los caminos del arte se cerraran a causa del virus, tuvo lugar el Congreso de Danza Contemporánea de Dresde (Alemania), liderado por la coreógrafa americana Meg Stuart. Destacado por la Deutsche Welle, en él se pudo demostrar que, con 500 expertos de los cinco continentes, explorar lo desconocido e intercambiar experiencias desde el panorama internacional de la danza favorece la inspiración y el diálogo creativo entre bailarines.
La clave del encuentro en la búsqueda de trascendencia y transformación de la más antigua de las celebraciones humanas fue indagar cómo interactúan las diferentes concepciones de la danza entre un país y otro, qué las separa y qué las une, y cuáles son los temas que inspiran a estos artistas, firmes creyentes en que todo es posible con la danza, desde superar fronteras hasta conquistar un lugar en la sociedad.
Escenarios llenos de simbolismo cuestionaron la vida diaria con denuncias sociales. Es conmovedora la coreografía africana políticamente comprometida, en que danzantes barren basuras, mezcladas con cuerpos humanos que giran entre la inmundicia. ¿Cómo no involucrarse en expresiones de crisis que invitan al público a afirmar su apoyo? El lenguaje de la danza es universal. Se evidenció que en Suramérica la danza contemporánea tiene que enfrentarse aún a muchos prejuicios.
De Colombia se mencionaron tres agrupaciones. No ha sido fácil lograr en una ciudad tan inmensa como Bogotá una empatía social con el grupo performativo de artistas LGBTI denominado House of Tupamaras, muy bien apreciado en ese laboratorio internacional de ideas. Con su sensibilidad común, escenifican espectáculos de vogue-merengue. Quieren fluir en la danza, en el género, en el cuerpo y en la vida.
Tampoco ha sido fácil para el artista Alberto Barrios, formado en el famoso Colegio del Cuerpo de Cartagena, donde es profesor de champeta. Se inspira en raíces de la cotidianidad y hace investigación de danza a partir de personajes de la ciudad. Con ‘Mondao’ caracteriza al ciudadano del común y su ingenio para poder sobrevivir. A partir de clases de improvisación realiza, con máscaras muy peculiares, nuevas producciones de calle para reflexionar sobre la identidad afrocaribeña.
Muy destacada la artista plástica y coreógrafa danzante María José Arjona con sus impactantes obras de resistencia física. Ella ve su arte más allá del entretenimiento para expresar dolor y vulnerabilidades del cuerpo que surgen –dice– de las crisis políticas, económicas, sociales y ecológicas, pero que también está inmerso en posibilidades más mágicas de conocer el mundo. Moverse en los tiempos de precariedad, entre la agresión y la hostilidad de las ciudades, es retornar a la animalidad, para que sea ese instinto un movimiento corporal de defensa. Expresar todo esto en la danza es un gran reto.
Una de las conclusiones de este acontecimiento internacional es que, si se busca el vanguardismo, hay que construir, desde la utopía de comunidad global, vínculos sólidos y duraderos para celebrar el cuerpo, el ritmo y el movimiento.
Mientras tanto, hay mucha vida para disfrutar en quienes no somos artistas de la danza. Sin palabras, pero con toda la intensidad del cuerpo, liberémonos de las fronteras físicas, y ¡a bailar!
Colofón: emocionante, así sea escuchado a través de redes sociales, el coro de médicos y enfermeras que en la plaza, frente a un hospital de Varsovia, acompañó al tenor polaco Leszek Swidzinski, en la maravillosa aria de la ópera ‘Turandot’, de Puccini, cantando juntos: “El nombre mío nadie lo sabrá. Venceré”. Esos son, sin duda, el espíritu y la fuerza de quienes trabajan hoy por la salud del mundo entero.
MARTHA SENN