La ópera es el arte de todas las artes. Música sinfónica, coros, canto lírico, teatro, ballet, iluminación, escenografía, videografía, diseño de vestuario, de luces, de maquillaje. Ninguna expresión creativa le es ajena. Ningún artista, ni plástico ni escénico, tampoco. Literatura y poesía también están presentes a través de los libretos que la argumentan. Por todo ello la ópera, en cualquier momento histórico del arte, desde el profundo Barroco hasta la expresión contemporánea, toca la sensibilidad de sus amantes de manera indescriptible. Y cuando la conjunción de los talentos requeridos converge en un mismo nivel de calidad, la iración del público se convierte en una energía colectiva y mágica que subyuga.
En días pasados se presentó en el Teatro Mayor de Bogotá, repleto al tope, la inmortal Tosca, del italiano Giacomo Puccini, una de las óperas más representadas desde su estreno en el Teatro de la Ópera de Roma en 1900.
En la última función, la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia se lució bajo la enérgica y elegante dirección del antioqueño Andrés Orozco-Estrada, de reconocida carrera internacional. Qué bien que se quedara un tiempo entre nosotros para organizar musicalmente el llamado anual de una Temporada de Ópera Nacional de Colombia que circulara por distintos teatros, en otras ciudades y, por qué no, por Latinoamérica. Nuestro país está más que listo para una aventura lírica de tales dimensiones. El talento requerido nos ronda por todas partes y la calidad de nuestros gestores culturales con Ramiro Osorio a la cabeza, sería garantía de éxito en semejante empresa.
Un elenco internacional de cantantes deleitó al público. Fueron dirigidos escénicamente por el inteligente y creativo joven Pedro Salazar, cuya habilidad para lograr actuaciones convincentes de cada personaje, y delinear la psicología de sus relaciones, es notable en esta producción.
Qué bien que se quedara un tiempo entre nosotros para organizar musicalmente el llamado anual de una Temporada de Ópera Nacional de Colombia que circulara por distintos teatros, en otras ciudades.
Supo resolver un difícil final de la obra que, con su verismo exigente, se cierra con el drama del suicidio de la protagonista. Dado el riesgo de hacerla saltar desde la parte más alta del castillo de Sant’Angelo, donde su amante es asesinado, “fue suicidada” a balazos, por los malignos seguidores de Scarpia, jefe de la Policía de Roma, el perverso del poder, bien interpretado por el barítono argentino Fabián Veloz, con prominente carrera lírica.
Tosca, la soprano austriaca Martina Serafín, fue cautivadora y llevó su personaje de principio a fin con gran autenticidad y preciosismo tímbrico. Su amante, el rebelde Mario Cavaradossi, fue el joven tenor del Reino Unido Adam Smith, de atractiva presencia escénica y vocal. Posee una voz dramática que podría madurar hacia un tenor heroico, siempre y cuando logre la precisión técnica de sus agudos.
Nuestro irado bajo-barítono Valeriano Lanchas sufrió un bajonazo de voz de último momento en su papel de sacristán de la capilla de Sant’Andrea, donde se esconde el fugitivo Angelotti, generador de todo el acontecer dramático de la obra. Con un recurso ingenioso que permitió sin embargo la actuación del artista, el barítono Jacobo Ochoa con su excelente voz, cantó por él, desde uno de los extremos del escenario. Bien por los dos.
Los demás solistas colombianos, Manuel Franco, Camilo Mendoza y Julián Usamá demostraron calidad tímbrica y vocación actoral.
Gustadora la escenografía de Julián Hoyos. Un refinado concepto y atractiva abstracción del último acto.
Original el programa de mano con publicación de una carta de tintes feministas que escribió Ligiana Costa, dirigida, desde Bogotá, a Tosca. La ira por haber vivido para el arte y el amor y preferir la muerte a la injusticia.
MARTHA SENN