El tiempo vuela y muchas veces no somos conscientes de cuánto se puede lograr en pocos años. Hace 79 años terminó la Segunda Guerra Mundial y, en menos de ocho años, Europa se recuperó de la devastación y empezó la integración del bloque económico y político que hoy conocemos como la Unión Europea.
Este año, Estados Unidos conmemora el 248 aniversario de su independencia y Colombia el 205. Aunque somos repúblicas relativamente jóvenes, la trayectoria de ambos países ha sido completamente diferente. Si bien hay muchas teorías sobre por qué esto ocurrió, lo cierto es que una parte importante de la respuesta radica en la forma en que cada nación se percibe a sí misma.
Estados Unidos se ve a sí mismo como un “agente de cambio”, se concibe como el país de las oportunidades y como una potencia mundial. La percepción que los colombianos hemos tejido de nosotros mismos parte de la perspectiva de sentirnos “víctimas” de las circunstancias, en lugar de “responsables” de ellas. Esta mentalidad nos ha llevado a concebir lo que somos desde la “impotencia” y la “carencia”, donde, por más que nos esforcemos, sentimos que no logramos superar las situaciones de violencia y crisis que nos han acompañado siempre.
En Colombia solemos depositar en un tercero, principalmente en los políticos, y, en menor medida, en los empresarios, la responsabilidad de construir país. Gran parte de las conversaciones ciudadanas de interés público giran alrededor de lo que hacen los gobernantes de turno y de quiénes pueden ser los aspirantes a sustituirlos, en lugar de analizar los problemas que como sociedad debemos resolver, y así definir cómo ponernos en marcha desde el hacer. Sorprende lo poco que hacemos por otros en el día a día.
Stephen Hawking dijo alguna vez: “Creo que los discapacitados deberían concentrarse en las cosas que su discapacidad no les impida hacer y no lamentarse por las que no pueden hacer”. Si sustituimos la palabra “discapacitados” por “ciudadanos”, esta frase cobra especial importancia para nuestro país hoy.
Al margen de lo que ocurre en materia política y económica, si nos concentramos en lo que podemos hacer, en lugar de lo que no podemos cambiar, Colombia sería completamente diferente.
En un país tan fragmentado como el nuestro, hay una forma muy sencilla para contribuir: construyendo comunidad, tejiendo vínculos humanos con otros desde la escucha y el reconocimiento. No necesitamos grandes iniciativas para hacer una diferencia; están los pequeños actos con los que generamos lazos de confianza, solidaridad y cooperación, estos tienen un impacto profundo. Solo necesitamos estar dispuestos a “ponernos” y a “conjugarnos”.
Las grandes transformaciones en el mundo de hoy no han sido el resultado de cambios que vinieron de arriba hacia abajo, ni de liderazgos únicos, sino del despertar de la conciencia colectiva de muchas personas que comparten la creencia de que algo debe cambiar y, por tanto, se ponen en marcha para hacerlo realidad.
Estamos atravesando por un periodo que reclama proactividad de todos los ciudadanos, independientemente de la situación socioeconómica que tengamos y la ideología política que compartamos. No nos podemos quedar criticando, a la espera de que sea otro el que haga y otro el que cambie. Tenemos que pasar de ser observadores pasivos a convertirnos en agentes del cambio. A la larga, termina siendo más importante lo que haga cada uno que lo que ocurra en las grandes esferas del poder. Recordemos aquella frase famosa de John F. Kennedy: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”. No podemos permitirnos olvidar que en poco tiempo se pueden hacer grandes transformaciones.
JULIANA MEJÍA