Mis dos últimas columnas, que, junto con esta, conforman una serie sobre la oposición de cara a las elecciones de 2026, produjeron entre algunos lectores una agitación particular.
Podría decirse que me lo busqué. La experiencia me ha enseñado que las columnas políticas que provocan las reacciones más enérgicas, de aprobación o de rechazo, no son aquellas que discuten conceptos ideológicos o políticas públicas, sino las que hacen algo mucho más mundano: mencionar nombres.
Es natural. A los ciudadanos interesados en política nos obsesiona la telenovela que la rodea: quién se alió con quién, quién traicionó a quién, quién va arriba en las encuestas, etc. Somos animales sociales: estamos cableados para manifestar un interés minucioso en las relaciones sociales de nuestros semejantes y, particularmente, de nuestros líderes. Por eso la conversación favorita en todo club, coctel, sala de juntas, tienda o esquina en estos meses comienza con: “¿Y quién puede ser el candidato?”. O la candidata.
Por mencionar unos nombres, y por no mencionar otros, me gané algunas anuencias y muchos vainazos. Todo el mundo tiene su candidato y su lista de motivos para descalificar a los demás. Plantear nombres tan lejos de las elecciones es una fórmula garantizada para sacarle la piedra a un espectro amplio de personas.
Sin embargo, no lo hice para impulsar una u otra candidatura –ya quisiera yo que esta columna tuviera ese poder–, sino porque varios de ellos eran útiles como símbolos o representantes de posturas ideológicas particulares. Era simplemente una manera de ilustrar el análisis con figuras reconocibles.
De hecho considero que, en este momento, es más importante definir cuál será el programa que la oposición defenderá en 2026 que escoger el nombre que irá en el tarjetón. No basta con lanzarse bajo una bandera que diga “No soy Petro”. La aspiración debe ir acompañada de propuestas serias para enfrentar los problemas del país.
La situación para ese entonces será crítica, pues los problemas se habrán multiplicado. En primer lugar, quien quiera gobernar a Colombia se enfrentará a un desbarajuste multisectorial como no se ha visto en mucho tiempo. Crisis concurrentes en la salud, en los sectores eléctrico y gasífero, en la seguridad urbana y rural, en la sostenibilidad de las finanzas públicas, etc. De hecho, el programa que debe diseñar la oposición al Pacto Histórico tiene que basarse en estrategias concretas para enfrentar esas amenazas simultáneas que se incuban en distintos frentes.
En este momento, es más importante definir cuál será el programa que la oposición defenderá en 2026 que escoger el nombre que irá en el tarjetón
En segundo lugar, no se puede perder de vista que los factores que llevaron a Gustavo Petro a la Casa de Nariño siguen vigentes en muchos casos. El Gobierno ha sido exitoso en llevar nuevas caras y nuevos nombres al poder, incrementando así la inclusión de nuestro sistema político, pero ha sido estruendosamente ineficaz en el cumplimiento de las demás promesas que hizo: atacar el clientelismo y la corrupción, promover la meritocracia en los cargos públicos, hacer la paz con los grupos armados, mejorar la calidad de vida de la gente, etc. El “cambio” prometido no ocurrió. Pero eso no quiere decir que la gente no lo siga esperando.
Por eso, más que nombres, lo que el país necesita oír de la oposición en este momento, por un lado, son propuestas e ideas para salir de la ‘policrisis’ que nos dejará el Pacto Histórico. Y, por otro lado, una respuesta a la pregunta: ¿cuál va a ser el relato, la narrativa, el programa, la esperanza que se le va ofrecer al pueblo colombiano para pedirle su voto?
Ese programa, aún por construir, debe tener cerebro, pero también corazón. Cerebro para sacarnos del lío en el que estaremos y corazón para enamorar al votante. Luego, sí, habrá que ponerle rostro. Pero primero el contenido.
THIERRY WAYS
En X: @tways