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Racismo, xenofobia e intolerancia

‘R. M. N.’ (Rumania), del fundador del ‘nuevo cine rumano’.

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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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Título de un alborotado drama social, con las tres consonantes en mayúsculas del país del sureste europeo, aunque también se refiere al sondeo cerebral o resonancia magnética nuclear —pulmón de acero al que es sometido el padre del protagonista, afectado por demencia senil—. Cristian Mungiu, uno de los pilares del perturbador cine de su nación, ganó como mejor director en Cannes 2022 y quince años atrás se llevó la Palma de Oro por la controvertida ‘4 meses, 3 semanas, 2 días’.
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Un legendario territorio fantasmal y vampírico gira en torno de burlas, prevenciones y rechazos de aldeanos atemorizados —no por gitanos ni vampiros, sino frente a la penetración de migrantes asiáticos y africanos—. En la estigmatizada Transilvania, región central rumana, mujeres y ancianos rechazan a tales extranjeros sin pensar que hombres locales abandonaron su país para acceder a la fuerza laboral alemana en condiciones desfavorables.
Grises y tenebrosos parajes montañosos de invierno, azotados por maldiciones entre peñascos y sombríos bosques de abedules, alternan con un tema de palpitante actualidad que sacude drásticamente a Europa Central: corriente migratoria emergente, desesperada e ilegal, de miles de individuos procedentes del sur asiático —indios, nepaleses y de Sri Lanka en busca del sueño europeo occidental—.
Se presentan contradicciones históricas, económicas y laborales ya que Rumania, tránsito bicentenario de gitanos entre Oriente y Occidente, soportó el éxodo masivo de coterráneos y minorías húngaras huyendo del comunismo en busca de mejores oportunidades laborales y condiciones de vida en Estados soberanos del Atlántico Norte.
Es que Rumania, república de origen latino, fue sometida por tres imperios —el austrohúngaro, el alemán y no muy lejos el turco otomano—, además del dominio invasor soviético y su culminación bajo la garra dictatorial de Ceaucescu. Resulta paradójico que una minoría étnica de gitanos y transilvanos atormentados sea racista y descargue su resentimiento en caminantes transcontinentales.
¿Qué sucede cuando una joven universitaria toma la decisión de abortar en condiciones realmente adversas?
Desde Transilvania, de naturaleza enmarañada que no cede frente al mal y el vampirismo en desfiladeros que producen vértigo, persisten miedos ancestrales y cunde la zozobra. Compleja situación geopolítica, un ejemplo: aventurero indio pregunta en una carretera de montaña cómo se llega a Bucarest, la respuesta es inmediata (“hacia el este”), a lo que replica: “Es que en nuestro país siempre vamos hacia el oeste (occidente)”.
El regresar a casa cuando se ha trabajado en el extranjero no siempre es afortunado, quien viene de un próspero país vecino a pasar Navidad y Año Nuevo se encuentra con su casa peor que la dejó. Porque Matías ve moribundo a su papá, muerto de miedo al hijito abandonado, amoríos paralelos en caída y espíritu comunitario preso del pánico por temor a lo desconocido, peligroso e inevitable. Desde su primera escena, un matadero de ovejas en cadena, se complementa con el temor a los osos sueltos, el recelo que despiertan los forasteros y las personas diferentes que no hablan la misma lengua.
‘4 meses, 3 semanas y 2 días’ (Cristian Mungiu, 2007). ¿Qué sucede cuando una joven universitaria toma la decisión de abortar en condiciones realmente adversas? Gabita —muchacha de origen rumano—, con la ayuda de una compañera de piso, realiza diligencias infructuosas para conseguir una habitación de hotel que le pueda servir como guarida o centro clandestino de la prohibida y arriesgada interrupción del embarazo, castigada con pena de muerte por el brutal régimen de Ceaucescu.
Ellas recorren sectores nada recomendables, deben aprovisionarse de los elementos quirúrgicos indispensables para efectos de concertar una cita igualmente peligrosa con un practicante sin escrúpulos en el mercado negro. Tales operativos transcurren en zonas sórdidas y deprimentes del régimen comunista, la ciudad —presuntamente Bucarest— luce triste y el ambiente opresivo de la extinta cortina de hierro, cuando finalizaba la década de los 80, adquiere una de sus más patéticas expresiones. Pieza maestra insignia del nuevo cine rumano, fue galardonada en Cannes 2007.
El guionista, director y productor Cristian Mungiu nos cautiva con una de las películas más difíciles y extremadas de comienzos de siglo. Un ejercicio de estilo cuyo virtuosismo se traduce en el mantenimiento de las acciones, o tensiones continuas y sin cortes, durante varios minutos. Hablamos de los planos secuencia que sostienen aquellos diálogos ininterrumpidos con una destreza tal que como espectadores estamos obligados a respirar de manera entrecortada o quizás a mantenernos en una actitud estupefacta.
La cámara puede permanecer fija en algunas ocasiones para enseguida emprender un seguimiento a las nerviosas chicas por entre callejones oscuros, edificios tenebrosos de propiedad horizontal y zaguanes que diríamos desvencijados. Aquí todo se presta para descubrir un país que no conocíamos en el ambiente cinematográfico; sus actores traslucen un realismo honesto de naturaleza dogmática y… el acento característico de la nación del este europeo permite reconocer sus raíces latinas.
MAURICIO LAURENS
Cine al ojo

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