Guasón (Joker) es un drama sicológico, también llamado sicodrama, que se aparta del excéntrico antihéroe de la literatura fantástica y de todas aquellas aventuras de justicieros desplegadas por no sé cuántos Batman. En escalonado estado de perturbación mental e incontrolables desórdenes afectivos o sicóticos, Arthur Fleck emerge como un tipo solitario y oscuro, de trazos reconocidamente demenciales, autodefinido fracasado o perdedor y sobrellevando los llamados trastornos obsesivos-compulsivos (TOC); es decir, conductas repetitivas no deseadas que producen una angustia incontenible.
Con ataques de risa, afligido por su debilidad de carácter, poseedor de una historia de vida clínica que acusa síntomas preocupantes de paranoia, ciclos de hiperactividad y depresiones nerviosas, ensimismamiento, sueños agitados, un pasado de maltratos infantiles y el desconocimiento de su figura paterna. Además, Fleck, antes de hacerse llamar Joker (un arlequín propiamente dicho), ha sufrido de continuas humillaciones laborales y la vida solo le ha proporcionado burlas, golpizas y discriminaciones. Duerme mal, ha perdido peso considerable y se redime siendo enfermero y cuidandero de su madre, que padece demencia senil. Al desatarse una incontrolable cadena de episodios turbadores, no conviene dar más detalles de su enfermiza personalidad, puesto que seríamos acusados de spoiler como anticipadores o reveladores de su trama original.
Phoenix impresiona por su dominio corporal en permanente declive y gracias a la suplantación propia de máscaras faciales interiores
Para encarnar tan difícil y enajenado perfil: el comediante y actor dramático Joaquin Phoenix, quien acaba de cumplir 45 años, nacido por accidente en San Juan de Puerto Rico, hijo a su vez de padres misioneros de la cofradía Hijos de Dios. Para culminar en su creíble y delirante transformación, del hazmerreír desempleado al villano malvado por naturaleza, Phoenix recurrió a varios recursos físicos: marcar los rictus de su cara, encorvar la figura y adelgazar 25 kilos hasta transparentar costillas y espaldas huesudas. Con antecedentes remarcables, por solo citar las personificaciones del líder carismático de una secta financiera en The Master, o aquel desquiciado emperador Cómodo en la mítica Gladiador.
Phoenix impresiona por su dominio corporal en permanente declive y gracias a la suplantación propia de máscaras faciales interiores, acentuada no obstante por el maquillaje de pintura blanca y puntos rojos amenazantes. Cuando la protesta en los espacios públicos de Ciudad Gótica pregona que “todos somos payasos”, un sentimiento solidario puede acarrear confusas identificaciones por parte de algunos espectadores. Surge entonces la polémica disparada en estos momentos frente a desórdenes mentales conducentes al crimen, con planteamientos inequívocamente ambiguos o de índole moral: la locura como un atenuante penal, el sicópata enfermizo vuelto sociópata o desalmado infractor de la ley natural, los excesos del ‘no matarás’ que llegarán a ser contraproducentes, las culpas de un desequilibrado como consecuencias de una deficiente salubridad pública, y cuando no hay medicamentos gratuitos el mal arrecia.
Del director, coguionista y coproductor Todd Phillips, nacido en Brooklyn, Nueva York, apenas le conocíamos ¿Qué pasó ayer? —trilogía de disparatadas comedias de juergas estudiantiles y despedidas de solteros en sitios como Las Vegas y Tailandia—. Si detrás de semejante puesta interiorizada en escena se encuentra Martin Scorsese, el ahora de moda Phillips ha reconocido tres de sus icónicos referentes: las atmósferas anímicas y redentoras de Taxi Driver, los shows manipuladores de las audiencias en El rey de la comedia y el resurgimiento o decadencia implícita de Toro salvaje —tres cartas complicadas asumidas por el aquí mediático Robert de Niro—. ¡El debate continúa y habrá Guasón para rato!