En una tierra de nadie, el panorama militar en el frente de batalla enemigo no podría ser más desolador: barricadas y trincheras, alambradas y municiones desperdigadas, socavones y túneles falsos. Proliferan los cadáveres que yacen por doquier, víctimas quizás de bombardeos y explosiones indiscriminadas; con barro y pozos ensangrentados, no hay salida al caos y la visión se torna infernal. Dos soldados ingleses avanzan penosamente en una carrera contra el tiempo —cumplen órdenes de su comandancia—, temerosos de cualquier emboscada fatal y de no entregar el mensaje que detendría una masacre.
Como espectadores nos ubicamos en el horrendo sitio de los acontecimientos, sabemos de antemano que la Gran Guerra no daba tregua en el año del título de la película y que los aliados del llamado frente occidental defendían sus territorios de la gran ofensiva planeada sigilosamente por el imperio alemán. También, conocíamos de antemano el meollo dramático de un caso en particular: la misión suicida de advertir a un comando de más de mil hombres sobre las trampas preparadas para tal fecha e impedir el avance de las tropas hacia el matadero.
Las acciones transcurren en un par de horas, y según el único letrero al comienzo, el día 6 de abril. Pero para ser más exactos, el tiempo real cronometrado de dos horas corresponde a la travesía efectuada por sus dos únicos protagonistas —y más angustiosa aún si sabemos que uno de ellos tiene que salvar a su propio hermano—. Aparentemente se trata de un solo e ininterrumpido plano secuencia, pero si miramos bien, nos percatamos de que en el seguimiento de los personajes ingresan a un túnel de boca negra, o se tropiezan con una humareda, y entonces las habilidades del editor hacen que los empalmes correspondientes no rompan la continuidad. Vale aclarar que se trata de planos muy largos, en constante rodamiento de la cámara, sujetos a ensayos y repeticiones de varios minutos y muchísimas tomas para llegar al plano correcto.
En su ficha técnica, puesta en escena de Sam Mendes —el mismo de 'Skyfall' y 'Spectre'—, en llave con la garantizada cinematografía de Roger Deakins —en las películas de los hermanos Coen— y partituras originales del compositor Thomas Newman. Además del despliegue escénico de tantísimos elementos involucrados en el desarrollo visual de sus acciones, el repertorio sonoro es una mezcla de gritos y silencios contenidos, detonaciones y descargas de fusiles o cañones. Diez nominaciones al Óscar, los reconocimientos unánimes del Globo de Oro y los premios de las asociaciones de críticos tanto estadounidenses como británicos (Bafta) no son gratuitos.
Porque Mendes, autor de 'Belleza americana' (sátira), 'Camino a la perdición' (gánsteres) y 'Revolutionary Road' (crisis matrimonial), tuvo en cuenta dos magistrales referentes cinematográficos sobre la Primera Guerra Mundial. De Jean Renoir: 'La gran ilusión' (Francia, 1938). Mientras que los prisioneros ses luchan por sobrevivir y sueñan con escaparse, algunos oficiales de alto rango hablan de paz y reconciliación; en busca de la libertad, se organiza una fuga de soldados para llegar a la frontera de un país neutral.
Renoir arremete contra una falsa solidaridad patriótica, cuestiona a los soldados rasos como carne de cañón, denuncia los tratos equívocos entre oficiales enemigos y la inutilidad de las mesas de negociación. Por Stanley Kubrick: 'Senderos de gloria' (Estados Unidos, 1957). Drama de implicaciones históricas, humanas y militares que aborda los horrores de la Primera Guerra Mundial bajo una perspectiva demoledora. Un grupo de generales y comandantes ses ordena a sus soldados tomarse una colina enemiga; la derrota ocasiona una corte marcial en donde se sortea la pena capital, que recae sobre tres soldados finalmente fusilados. La guerra como una mera excusa para satisfacer problemas personales de ambición, intrigas de poder y superioridad entre las naciones, diferencias de clases y jerarquías e injusticias institucionales.
Mauricio Laurens