Le restan dos semanas al 2022, momento para entender cómo cierra este y abre el siguiente. El péndulo político colombiano osciló a la izquierda, la ominosa recesión global anunciada durante el espiral huracanado del postcovid, la guerra rusa en Ucrania, la escasez e inflación que dispararon se deshace en predicciones menos alarmantes, como la de Paul Krugman, que apunta mejor hacia una contracción aguda, pero no devastadora. El dólar se catapultó, el euro y Putin, soberbio y guerrero, recibieron lecciones de realismo y humildad, mientras que como es usual, en Latam no escampa.
Las cortes argentinas condenaron a la señora Kirchner por corrupta; el Congreso peruano, en el legítimo e indispensable ejercicio del contrapeso entre poderes, destituyó al presidente golpista, lo encarceló y el país arde; el voto chileno desvaneció un proyecto constitucional que hubiese dado carta blanca al gobierno para reformar todos los pilares del actual país, y Boric cruza un desierto político.
En cambio, Petro lidera un país que por primera vez en más de un siglo no tiene un solo conflicto nacional dirigido a derrocar al Gobierno; la violencia omnipresente es jalonada por la peligrosa dinámica del narco, que por ahora no pone en jaque al Gobierno ni lo obliga a desviar su foco para sobrevivir y, así, este dedica toda su energía y recursos a tender los rieles de sus promesas de campaña, en contraste con lo que debieron afrontar los gobiernos de los siglos XIX y XX, que pasaron nueve guerras civiles, tres internacionales, cerca de treinta conflagraciones de escala nacional, la oprobiosa violencia del siglo XX, la imposición partidista del Frente Nacional, las guerrillas modernas, los pájaros del Valle, al Juanito santandereano y esa variopinta estirpe de asesinos que reencarnan con distintos nombres y bandos, hasta nuestros días; un ciclo vicioso de sangre que se regenera a sí mismo. La bandera de Colombia debería ser más roja que la de la China, y sin estrellas.
Ahora que se evidencia lo esquivo de una paz total, lo peligroso de los cambios económicos abruptos, es clave fortalecer los pilares democráticos.
Así, Petro tiene una oportunidad sólida de hacer un cambio, democrático, que no un salto al vacío, como el vecindario, un retroceso ni el fruto de teorías peregrinas, por ejemplo: en competitividad. Entender y aceptar que este concepto no es una ideología, sino un algoritmo, que ha sido el eje del cambio y el milagro económico en decenas de naciones, que una de sus variables es la productividad, otra la acción estatal, que priman la autonomía privada, la inversión, el empleo bien remunerado, y que busca aumentar la riqueza nacional, no crear una postiza prosperidad subsidiada.
Infancia. Debería elevarse a asunto de seguridad nacional el proteger a la infancia, perseguir y castigar los diversos carteles que se lucran con esta y como sociedad, reflexionar, virar lejos de los vejámenes a los niños. Hacia el medioambiente, esencial tomar medidas, incluso militares, cesar la deforestación y el abuso de la naturaleza, o la factura será impagable.
Narcotráfico. Legalizar de forma unilateral es tan utópico como peligroso, pero es viable lograr por vías diplomáticas que se abra un diálogo entre países compradores y productores, para abordar esto como un profundo problema de la sociedad contemporánea y un asunto de salud pública.
Inversión. Es clave atraerla con seguridad jurídica, protección a la propiedad intelectual, fomentar la cuarta revolución industrial y llegar con ancho de banda idóneo al territorio nacional.
Ahora que se evidencia lo esquivo de una paz total, lo peligroso de los cambios económicos abruptos, es clave fortalecer los pilares democráticos. Que construyamos una mejor democracia, una que no repita los maniqueos y fratricidas errores de dos siglos de independencia, que dejemos de hacer realidad la cruel ironía que formuló George Orwell en su obra 1984, que “guerra es paz”.
Felices fiestas, venturoso 2023.
MAURICIO LLOREDA