Los populistas saben bien que creando una identidad de grupo las personas son mucho más manipulables. Cuando se tienen el apoyo y la presión de un grupo se toman decisiones que nunca se tomarían en “sano juicio” (llamando sano juicio lo que dictan la lógica individual y la conciencia). Muchos experimentos de psicología social han abordado esa situación, y aunque están en un terreno académico sujeto a discusión y crítica, sus resultados coinciden en el mismo sentido.
Philip Zimbardo fue profesor de psicología social en varias de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. En 1971, en Stanford llevó a cabo un experimento famoso: la ‘Cárcel de Stanford’. Reunió estudiantes con características personales muy similares, que se voluntarizaron (con un modesto pago por su tiempo de aislamiento).
El experimento debía durar mínimo cinco días y máximo dos semanas. Al azar se dividieron en dos grupos, uno de carceleros y otro de prisioneros. Recibieron los uniformes correspondientes y se hospedaron unos en la garita, otros en la celda (aunque esas no se diferenciaban mucho). La regla era no ejercer violencia, solo una presión razonable si se hacía necesario.
El desarrollo sorprendió al mismo Zimbardo. Al segundo día los presos se amotinaron y bloquearon la entrada con sus camas, los carceleros “dominaron” el motín usando los chorros de los extinguidores, y en adelante la agresividad de los grupos fue en aumento. La prohibición de actuar solo con presión razonable fue interpretada en forma muy laxa y se desplegó un verdadero sadismo en los castigos a los presos y en el odio y rencor hacia los carceleros. Hasta hoy, los participantes dicen no entender qué les pasó. En el año 2002 una película alemana trasladó el experimento a su territorio, para sustentar la hipótesis de la “banalidad del mal” con que Hannah Arendt explicaba la indiferencia general que ignoró el diabólico mal en la Alemania nazi.
El pensamiento crítico será un logro social y colectivo, pero para ser deberá ejercerse independiente e individualmente.
Otros experimentos señalan la fuerza de la presión de grupo. El muy conocido experimento de Milgram mostró cómo estudiantes voluntarios investidos con la autoridad que les otorgaba su identidad de examinadores fueron capaces de infligir castigos crueles (sin que supieran que eran falsos). También son conocidos los experimentos de “conformidad con el grupo” de Solomon Ash, en que los participantes se plegaban a respuestas muy evidentemente falsas cuando los demás del grupo (cómplices del experimentador) decían que eran verdaderas.
El fenómeno es conocido hace tiempo y en muchos lugares. Hay un proverbio chino que dice: ‘Toma un ciervo y llámalo caballo’. Se refiere a la historia de un poderoso jefe eunuco, Zhao Gao (siglo II a. C.), quien le regaló al emperador un ciervo, que presentó como caballo. Una parte de sus generales elogió la belleza y las cualidades del caballo, otros trataron de mostrarle a su jefe que estaba en un error. Los demócratas del siglo XXI estaríamos agradecidos con estos últimos, pero Zhao Gao les cortó la cabeza. El asunto no era de verdad, sino de obediencia. El mensaje nos llega fuerte desde esos tiempos: no veas astas donde tu líder no las ve.
Hay, en la actualidad, muchos discursos que promueven las identidades de grupo como más virtuosas. Hay que tener cuidado. Como los voluntarios en la cárcel de Stanford, el asumir esas identidades de grupo puede eliminar la autonomía individual, la propia razón, hasta las convicciones morales. Todos los reclamos que hacemos por una educación hacia el pensamiento crítico están dirigidos precisamente a darle preponderancia al pensamiento autónomo sobre el de grupo, lleno de emoción, pero artificial.
El pensamiento crítico será un logro social y colectivo, pero para ser deberá ejercerse independiente e individualmente.
MOISÉS WASSERMAN