Hace unos días se llevó a cabo el primer encuentro general de la Misión de Sabios. No había habido aún oportunidad para que los 47 comisionados nos encontráramos y conociéramos los avances de los otros. Esta columna no es un informe, apenas la recolección de algunas impresiones personales.
Aunque a los ocho grupos los une el objetivo común de que el conocimiento se convierta en un eje dinamizador del desarrollo, son evidentes sus visiones particulares, derivadas de los distintos orígenes disciplinarios de sus y de la diversidad de sus experiencias. Basta con nombrarlos para entender esa afirmación: ciencias básicas y del espacio, ciencias de la vida y de la salud, ciencias sociales y desarrollo humano con equidad, océanos y recursos hidrobiológicos, biotecnología, medioambiente y bioeconomía, energía sostenible, industrias culturales y creativas, y tecnologías convergentes (nano, info, cogno e industrias 4.0).
Los focos cubren casi todos los frentes del conocimiento que hoy se desarrollan en el mundo. Durante estos primeros meses se han comunicado con sus comunidades y otros sectores a través de encuestas, encuentros, foros y entrevistas, recogiendo opiniones, expectativas y también dudas sobre el resultado final de la misión. Toda esa información alimentó la reflexión en los grupos, reflexión que esperamos se vea al final en documentos de análisis y recomendaciones concretas para políticas de largo aliento.
Por supuesto, hay algunos temores. El más obvio es que todo se quede en un documento (como nos ha sucedido en el pasado), o que las recomendaciones duren solo lo que dure este gobierno
Si hay algunos temas que no aparecen explícitos no es porque estén ausentes, sino porque son comunes a todos. Uno es el de la educación, el cual es objeto de reflexión en todos los grupos y será el que más recomendaciones genere. Todos compartimos la preocupación acerca de su calidad y el impacto que debe ejercer en la vida de las personas, el desarrollo del país y la equidad social.
Otro asunto central (que coincide con la conformación del nuevo ministerio) es el de la configuración y las normas que regirán el sistema de ciencia, tecnología e innovación. Por supuesto, preocupan los mecanismos de financiamiento (porque sin eso, la ciencia es ciencia ficción), pero también la manera para que ese ministerio se convierta en el lugar de las interfaces: entre política y ciencia, entre academia y empresa, entre ministerios y entre sectores productivos que cada vez más dependen del conocimiento.
Por supuesto, hay algunos temores. El más obvio es que todo se quede en un documento (como nos ha sucedido en el pasado), o que las recomendaciones duren solo lo que dure este gobierno. Hay también algún temor respecto a si la heterogeneidad de los grupos y la diversidad de sus intereses permitirán llegar a recomendaciones unificadas. La definición de innovación, por ejemplo, es distinta para el grupo de tecnologías convergentes que para el de ciencias sociales, y la definición de conocimiento científico para ciencias básicas está lejos de la del grupo de industrias culturales y creativas.
Sin embargo, hay hechos que permiten ser optimistas. La misión fue concebida con un concepto muy amplio y progresista de la ciencia y sus impactos. El Gobierno ha comprometido repetidamente su apoyo; la Vicepresidenta, la ministra de Educación y el director de Colciencias participaron en todo el encuentro (y eso no es lo usual en nuestro medio). Pero, en especial, nos hace optimistas la claridad de todos los comisionados en que el momento es crucial y en que este tren no lo podemos perder. Me pareció además que el compromiso tácito de que estaremos dispuestos a llegar a acuerdos, aún imperfectos (debido a las diferentes visiones y a la diversidad de intereses), es una verdadera innovación social en un país tan acostumbrado a los desacuerdos perfectos.