Fue un privilegio inolvidable para el público del auditorio Fabio Lozano en Bogotá, escuchar el pasado Domingo de Ramos, a las 4 de tarde, en vivo, con un bello programa y una bella interpretación, dos obras del repertorio ruso: el Concierto para piano n.º 1 Opus 23, una de las obras más populares, y la Sinfonía n.º 4 Opus 36, ambas de Piotr Ilyich Tchaikovsky, "una de las estructuras sinfónicas más imponentes de toda la literatura del romanticismo musical".
Como invitado de la Orquesta Nueva Filarmonía, formada, fortalecida y dirigida por el maestro Ricardo Jaramillo, estuvo el rusocolombiano Sergei Sichcov. Con su sobresaliente talento, supo convertir en melodía la serie de decididos acordes propuestos por el compositor. Lleva en su sangre la música de su país de origen y la da a conocer con generosidad a la audiencia que lo aplaudió entusiasta. Acompañar al destacado solista en este concierto en el que Tchaikovsky se inspiró en la música folclórica de los pueblos del Imperio ruso fue para los jóvenes musicantes de la orquesta una indudable experiencia de aprendizaje del estilo romántico que le dejó a la humanidad el inmortal autor.
Sobre la "fanfarria" con la que el propio genio creativo se refiere al primer movimiento de su cuarta sinfonía, dice que la pensó "como una metáfora del destino con el eco de las emociones más íntimas". El segundo movimiento se inicia con una melancólica melodía del oboe y mantiene un ámbito de tristeza. En esta interpretación dominical fue evidente el reto de disciplina, por la precisión con la que la orquesta ejecutó el tercer movimiento, un pizzicato obsesivo en el que las cuerdas se lucieron al ser pulsadas con los dedos en vez del arco. Óptima la percusión, y los platillos del movimiento final. Pero dejemos más bien a los musicólogos expertos el análisis de la arquitectura de la obra de este genial autor del siglo XIX que, en su tiempo, fue criticado por la carga emocional e innegable exuberancia que ponía en sus partituras.
Al pensar sobre la fuerza de la poesía en la música, y de la música en la poesía, me interesé en averiguar qué tanto se estudia este tema en la academia. El compositor Igor Stravinsky, en su obra Poética musical, que se expone en la Universidad de Harvard en la cátedra Elliot Norton, reivindica la obra de Tchaikovsky como una de las mayores aportaciones musicales del siglo XIX.
El compositor Igor Stravinsky, en su obra ‘Poética musical’, reivindica la obra de Tchaikovsky como una de las mayores aportaciones musicales del siglo XIX.
Como el universo de inspiración en el que se pueden encontrar esas dos artes no tiene límites, tampoco geográficos, mientras escuchaba estas dos obras de Tchaikovsky que le "cantan" al centro del alma humana vino a mi memoria el poema La voz, que me dedicó el poeta Enrique Buenaventura, que, siendo un manuscrito, lo comparto: "De dónde sale y crece y verdece y florece, y llega al aire y en el aire danza cual una diosa desnuda, y gira en rutilantes y transparentes espirales, rodeada de músicas y ángeles, y Dios se inclina para oírla, y detiene el aire, y la voz inmensa se adelgaza, se convierte en vuelo, en vuelo sin pájaro, sin ave, y entra en el rosado caracol del oído, fina, y se desliza y llega al alma, y en el alma crece, y llena todo el cuerpo de alma, y a través de la piel, llega la voz, tu voz, al universo".
Me recogí y di las gracias por este instante poético musical que me invadía.
Jaime Ramírez, autor del excelente y pedagógico programa de mano de este concierto, cita una carta de Tchaikovsky en la que, al explicar su Cuarta sinfonía, afirma que, como dice Heinrich Heine en su Libro de canciones, "donde terminan las palabras empieza la música".
Digamos que el gran poeta alemán significaba, más bien, que donde terminan las palabras, la poesía y la música se dan la mano.