Por estos días uno de los libros más vendidos en Colombia es el del investigador israelita Yuval Noah Harari titulado Nexus: una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA.
La portada de la primera edición, 2024, de Penguin Random House es una paloma de pie. Al leer se entiende que se trata de Cher Ami, la mensajera que, en octubre de 1918, durante la Primera Guerra Mundial, contribuyó a salvar cientos de vidas al volar por encima del enemigo alemán y, a pesar de su pata herida, logró llegar a los aliados con un escrito clave para la victoria.
Con esta anécdota histórica el autor destaca la importancia de la información como una libertad humana para comunicarse y conectar en redes. Sin redes de información, no hay posibilidades vitales personales o colectivas, sociales, políticas, económicas o culturales.
Son muy atractivos los ejemplos citados para ilustrar cómo han evolucionado la comunicación y la cooperación entre los seres humanos. Desde el relato oral hasta llegar, a lo largo de los siglos, al sistema de información digital y sus redes.
Para tantos que apenas empezamos a familiarizarnos con el tema de la inteligencia artificial, no se puede menos que irar la fuerza creativa de la mente humana en su proceso de llegar a donde vamos en esta era digital.
Dado que la IA es la primera tecnología de la historia capaz de tomar decisiones y generar ideas por sí misma, lo que es aterrador es el panorama de un sistema de información con una IA por completo ajena e independiente de sus diseñadores humanos; que se gobierna a sí misma; que inclusive, dado su poder digital, puede comandar otras inteligencias artificiales.
¿Cuál será el destino de nuestras próximas generaciones ante esta visión tan sombría de las relaciones humanas; ante un depredador tan temible?
Esta realidad, según Harari, ya está presente en el mundo, sobre todo en el campo de la justicia, y lejos de ser ciencia ficción, el riesgo es el de "un imperio digital que pondrá en peligro la libertad y prosperidad de millones de personas".
¿Cuál será el destino de nuestras próximas generaciones ante esta visión tan sombría de las relaciones humanas; ante un depredador tan temible?
Después de afirmar que, tal como lo demuestra la historia universal, el Homo sapiens, desde su aparición evolutiva, tiende más bien hacia la autodestrucción, este escritor hace llamados optimistas. Señala la necesidad de una cooperación global entre naciones aparte de sus tendencias ideológicas, para que, con liderazgos e instituciones fuertes, se regule la inteligencia artificial siempre a favor del bienestar de la humanidad. ¿Quién puede llevar a cabo este propósito? ¿Quién tendría la capacidad, la conciencia lúcida y transparente, y la audacia para hacerlo? Estas son preguntas que deja Harari luego de anunciar la apocalipsis digital que espera a la humanidad.
La esperanza se alza al insistir, como lo hace el filósofo Ángel Nogueira, en que “la democracia es un proyecto ético que mira hacia el futuro de una sociedad capaz de autogobernarse a sí misma”.
Hombres como el político humanista José Mujica, por ejemplo, ante la inminencia de su muerte, se despide afirmando que, frente a los inimaginables cambios que se impondrán con la IA, hay que ir hacia el desarrollo, o la historia nos tildará de irrelevantes y subordinados. “No al odio, no a la confrontación, sí a la esperanza”
Es curioso: en esta obra con nexos entre el autor, los retos que se enfrentan con la IA, y el lector, no encuentro mencionada la palabra ‘libertinaje’. Como se sabe, cuando acciones libertinas afectan cualquier derecho, entre estos el a la información, están previstas sanciones impuestas por el ordenamiento jurídico. De modo que el camino hacia el optimismo sigue abierto.