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Nueve millones de historias para no repetir

Estamos a tiempo de reconocer cuánto hemos perdido y avancemos en un propósito: la justicia social.

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Colombia es un país herido. A lo largo de nuestra historia hemos vivido diferentes ciclos de violencia, además de un conflicto armado que registra a la fecha más de nueve millones de víctimas y ha generado una profunda polarización. Desde ese dolor nos hemos relacionado como colombianos y colombianas y sobre estos conflictos hemos construido, en gran parte, rasgos de nuestra identidad.
Que naturalicemos el horror también es una consecuencia de esa violencia reiterada. Tanto así que ya no nos asombran las muertes violentas y vemos con normalidad, por ejemplo, la grave situación de vulnerabilidad que sufren las víctimas del desplazamiento forzado en ciudades capitales y las que tuvieron que salir exiliadas.
Hemos logrado avances, como en la creación e implementación de la Ley 1448 de 2011 y la firma del acuerdo de paz. Pero el reconocimiento de los derechos de las víctimas no ha sido abordado en la misma proporción de los impactos que les causó la guerra. Esta dura realidad es responsabilidad compartida de todo tipo de actores y también de la indiferencia histórica, las cuales han provocado el registro de innumerables víctimas, normalizando una aguda crisis humanitaria de miles y miles de personas en gran parte del territorio nacional.
No hay familia que no haya sufrido este flagelo. Han sido afectados en su integridad comunidades étnicas, campesinos, obreros, empresarios, sindicalistas, líderes y lideresas sociales, mujeres, jóvenes, ancianos, militares, policías, políticos, periodistas y muchos integrantes de grupos armados ilegales que fueron reclutados, en muchas ocasiones, forzadamente.
El reconocimiento de los derechos de las víctimas no ha sido abordado en la misma proporción de los impactos que les causó la guerra.
El conflicto también ha provocado que las víctimas sufran estigmatización. No solo han vivido hechos victimizantes, sino que, en muchos casos, han sido culpadas de lo que les sucedió. “En algo andaban”, les han dicho algunos, profundizando su victimización.
Por eso, a propósito de la conmemoración del Día de las Víctimas, quiero hacer la siguiente reflexión: para construir la paz, primero tenemos que recuperarnos como seres humanos y sociedad y, desde la empatía, reconocer lo que millones de personas han sufrido en esta guerra. Los y las tenemos que escuchar.
Hoy las víctimas anhelan que, como sociedad, unamos esfuerzos para que este conflicto armado se pueda solucionar de una vez por todas y se garantice la no repetición. Es la hora de que renovemos nuestros votos por la paz, y para lograr este objetivo se necesita de la voluntad de todos y todas.
Estamos a tiempo de reconocer cuánto hemos perdido como colombianos y avancemos en un propósito común: la justicia social y la reparación efectiva. No podemos seguir inertes ante esta desgracia y tragedia para Colombia.

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