En el colegio público ‘Gerardo Paredes’, de la localidad de Suba, en Bogotá, no se ha registrado ningún embarazo adolescente en los últimos doce meses, cuando hace cinco años eran decenas. Y ese resultado asombroso se ha conseguido con reflexión abierta sobre la sexualidad y construyendo una cultura de respeto por la diversidad y de conciencia sobre las violencias de género.
Por eso, Luis Miguel Bermúdez, el artífice principal de ese proceso, fue galardonado el pasado 25 de mayo como Gran Maestro Compartir del 2017. ¿Cómo se hizo?, ¿quién apoyó las ideas de este joven estudioso y entusiasta para que su proyecto de investigación y acción se volviera decisivo en su colegio?, ¿qué deberían entender de esta experiencia otros colegios, el ministerio y las secretarías de educación?
La respuesta se puede resumir así: si los maestros confían en sus estudiantes y en sí mismos, trabajan duro y con espíritu innovador, y los directivos del colegio y las autoridades públicas los ayudan, el cambio en la comunidad es rápido y contundente. Vamos a la historia.
Luis Miguel veía cosas que todos vemos, pero él las analizó con ojo crítico y decidió transformarlas junto con la comunidad de su colegio. Pero como las ideas de la ciudadanía sexual chocan con muchos prejuicios morales, tuvo que recorrer un camino difícil. Este profesor con pinta de muchacho juicioso, magíster y ya casi doctor (con Ph. D. de verdad), que en sus anteriores trabajos como docente en colegios privados y de concesión se negó a ignorar o maquillar los problemas, llegó a la educación oficial hace unos pocos años y se encontró con María del Carmen Murcia, una magnífica rectora, veterana de mil batallas, que apoyó su labor, ayudó a organizar los espacios para que el proceso colectivo fructificara progresivamente en su colegio en el área de ética, en el comité de convivencia, en el equipo de orientación y en el gobierno escolar, de modo que fueron sumando aliados poco a poco y lograron manejar la oposición con serenidad y perseverancia.
Supo ganarse la confianza de los chicos, que se han comprometido con el proceso de fortalecimiento de su ciudadanía de un modo impecable
Esas cosas que todos vemos y ellos han entendido y enfrentado son asuntos como un lenguaje juvenil y unos conflictos cotidianos cargados de machismo, de homofobia y de tabúes sobre la sexualidad. Chicos retados por sus compañeros a demostrar su hombría, que buscan tener a toda costa relaciones sexuales precipitadas. O chicas que son discriminadas por intentar entender mejor su cuerpo y su despertar sexual.
Pero más allá de alarmarse porque la gente se trate de ‘maricón’ o de ‘perra’, se burle de otra persona con gestos alusivos a los genitales o se vayan a los puños como reacción a los insultos con contenido sexual, algunos maestros ‘gerardistas’ decidieron que eso había que estudiarlo junto con sus estudiantes. Y en vez de un regaño, con la orientación técnica de Luis Miguel, les propusieron a los chicos investigación, reflexión y diálogo. Encuestas.
Historias de vida (centenares de testimonios maravillosos que deberíamos publicar). Experimentos sociales como documentar las barreras para comprar un condón o pedir una cita médica siendo adolescente. Y conversaciones en confianza, sin juzgar. Luis Miguel trajo conceptos académicos a la realidad y les ayudó a todos a entender que ahí hay víctimas, casi todos los estudiantes y algunos discriminados en mayor proporción que necesitan de un enfoque diferencial (mujeres, personas con identidades de género o étnicas diferentes a los patrones dominantes).
Que hay hechos victimizantes (el insulto, el aislamiento, el castigo y, no pocas veces, la agresión sexual). Que hay derechos vulnerados (la dignidad, el buen nombre, la autonomía, la tranquilidad, el placer, el afecto, la salud sexual y reproductiva). Y que hay que generar espacios de empoderamiento para los chicos y chicas más discriminados o más aislados. Pero ante todo, supo ganarse la confianza de los chicos, que al reconocer un apoyo genuino en un tema crítico para ellos, se han comprometido con el proceso de fortalecimiento de su ciudadanía de un modo impecable.
Luis Miguel, María del Carmen y su equipo en el colegio ‘Gerardo Paredes’ merecen que las políticas del Gobierno aprendan de ellos
Cuando Luis Miguel llegó, vio muchas barrigas y problemas sociales. A la hora de repartir la alimentación escolar, en el ‘Gerardo Paredes’ se les entregaba a las chicas embarazadas un refrigerio adicional cuando sobraban los de los estudiantes que ese día no habían asistido. Y allí, al reunir a las chicas, se entendía rápido la magnitud del asunto. Y vio el trato a las chicas embarazadas y a los chicos y chicas con necesidad de apoyo en los servicios de salud y de prevención y orientación. Vio pelados que por no tener a quien contarle una enfermedad venérea se enfermaron gravemente.
Y vio la deserción escolar asociada a esta dimensión del ser poco atendida. Y entendió que había que trabajar con la comunidad y las familias. No solo en el aula. No solo en el área disciplinar. No solo en los muros de la escuela. No solo con el sector educativo. Y vio un mundo adulto desconectado de las realidades juveniles. Profesores e instructores técnicos con miradas mojigatas y acusadoras, cuya moralidad religiosa los aísla de sus estudiantes. Familias incoherentes, que quieren a sus hijos e hijas, pero no saben amar y no tienen herramientas para hablar con ellos, no están acostumbradas a tratar de entenderlos antes de juzgarlos o a confiar en ellos, o no consiguen ser equitativos en el trato con sus hijos hombres frente a sus hijas mujeres.
Y vio todo eso con los ojos de un docente profesional y autónomo. Es decir, entendió que la clave está en diseñar un currículo para los distintos grados, pertinente al contexto. Y que ese currículo no se aplica solo en las asignaturas, sino que debe intervenir la vida cotidiana y las relaciones de poder. Luchó para que se comprendiera que un área como el desarrollo ético no hay que evaluarla con patrones de aprendizaje cognitivo, y que no por eso es menos relevante al juzgar su peso en el proyecto educativo. Explicó por qué los talleres de sexualidad ofrecidos por actores externos, aunque manejen el mismo lenguaje, no tienen la misma efectividad que un proceso escolar endógeno, capaz de intervenir la cultura y la vida cotidiana con actos pedagógicos y diálogos profundos.
Y sobre todo, Luis Miguel, María del Carmen y los entusiastas del colegio ‘Gerardo Paredes’, que cada vez son más, vieron ventanas de oportunidad en un mar de indiferencia. Revitalizaron los espacios de gobierno escolar, aprovecharon los programas distritales de educación para la ciudadanía y de formación docente, y lograron que esos recursos se convirtieran en catalizadores de ideas, oportunidades para la investigación y el empoderamiento, y elementos logísticos para que los estudiantes rompieran la rutina y tuvieran experiencias y reflexiones valiosas.
Por ver el mundo de ese modo, Luis Miguel, María del Carmen y su equipo en el colegio ‘Gerardo Paredes’ merecen que las políticas del Gobierno aprendan de ellos. Ya los están buscando de todo el país. Pero no se trata de copiar un modelo, porque el caso del colegio ‘Gerardo Paredes’ demuestra que lo que sirven no son los modelos, sino el apoyo a procesos autónomos.
Y por hablar de frente, creer en la investigación y perseverar, Luis Miguel merece el orgullo que su familia ha sentido al verlo cumplir un sueño que se propuso cuando se cambió de carrera en la Universidad Distrital, dejando la ingeniería para pasarse a la docencia. No fue una decisión aplaudida en su momento, pero él les aseguró que trabajando con esmero en su vocación de educador iba a ayudar a mucha gente y a cosechar satisfacciones personales. Enhorabuena, gran maestro: pudiste cumplir tu promesa.
ÓSCAR SÁNCHEZ
* Coordinador nacional de Educapaz