Tres eventos convocaron en octubre a un número importante de personas dedicadas a las artes: en Bogotá, la Bienal Internacional de Artes para la Infancia, impulsada por Idartes; en Envigado, un seminario sobre investigación en prácticas artísticas y culturales organizado por el Tecnológico de Artes Débora Arango; y en Pereira, el Congreso Internacional de Investigación en Educación y Arte, en la Universidad Tecnológica.
Tales agendas muestran un florecimiento de artistas e investigadores que tejen las artes en la educación de las nuevas generaciones. Este es un momento clave para que los ministerios de las Culturas y Educación revisen de nuevo sus políticas públicas, logrando que las instituciones estatales de todos los niveles educativos incluyan las artes.
El gobierno de Petro promueve o apoya valiosas iniciativas distantes de los circuitos culturales convencionales, como Sonidos para la Construcción de Paz, residencias, orquestas, coros, festivales y procesos comunitarios que incluyen a niños y adultos de diversas regiones geográficas de Colombia.
Sin embargo, la alianza artes-educación exige un cambio en la estructura y características del sistema educativo: el rediseño de los currículos y la pedagogía; también, la vinculación laboral de artistas con el fin de que las prácticas artísticas sean un componente fundamental del trabajo escolar, contribuyan a mejorar la calidad educativa para todo el alumnado de los colegios públicos y cumplan con el ejercicio real de sus derechos culturales. El libro La quinta puerta, de Cárdenas, Fergusson y Villegas, nos recuerda la deficiente calidad de la educación pública en Colombia y cómo esto incrementa las desigualdades. En contraste, muchos estudios demuestran que las artes en las instituciones escolares logran mayor rendimiento académico y disminuyen la deserción.
No hay que entrenar a los escolares para convertirlos en cantantes o bailarines; sino fortalecer sus modos de pensar y hacer creativamente.
Es clave orientar las artes hacia la "formación estética" de cada estudiante, emprendida como desarrollo vocacional de la personalidad; es decir, cultivo de la sensibilidad y exploración del sentir, lema acuñado por el crítico cultural Martín Barbero, quien exhortó a la escuela a estimular cualquier potencial creativo que cada niño, niña o adolescente tenga. Su consigna es afín a la "experiencia estética" promovida por John Dewey en sus escuelas laboratorios de la primera mitad del siglo XX. María Montessori declaró, ya desde finales del XIX, que la inteligencia se nutre y evoluciona gracias a la actividad de las manos. Su pedagogía juntó el cuerpo con la cabeza. Los sentidos son a la vez conciencia del yo y vías para la comprensión del mundo.
La formación estética empieza por estimular las habilidades creativas de los docentes para incorporar su cuerpo y sus sentidos en las clases. A la vez, busca que incentiven capacidades semejantes en sus estudiantes. Los docentes asumen la tarea de sensibilizar y empoderar a niños y adolescentes, alentando su potencial para las prácticas artísticas; pero enfocándose en su desarrollo emocional y cognitivo, no en la enseñanza de técnicas.
Debemos promover que las artes se tornen indispensables en la agenda escolar del Estado: canciones, movimiento corporal, lectura expresiva, dramatización, caligrafías, dibujos, cómics, fotografías y películas deben ser tan obligatorios como las materias que se estudian para ganar el año o pasar las pruebas de ingreso a la universidad; pero diferenciando la "formación estética" del tipo de "educación artística" profesionalizante. No hay que entrenar a los escolares para convertirlos en cantantes o bailarines; sino fortalecer sus modos de pensar y hacer creativamente. Artes y artistas en los colegios públicos influirían positivamente en el bienestar emocional de chicos y adolescentes, en su motivación y estilos de aprendizaje; tomando en cuenta sus habilidades socioemocionales se logra el crecimiento de sus aptitudes para pensar y aprender.
Con certeza la formación estética mejoraría la calidad de la educación pública; no en aras de medirla con test estandarizados o indicadores internacionales. Sino para que los niños y adolescentes afectados por la pobreza puedan construir un proyecto de vida que les garantice una existencia digna en la estructura social.