Este año se celebraron dieciocho años del Hay Festival en Colombia, y desde ya me imagino los veinte. Esta edición fue tan interesante que me llena de emoción pensar lo que se proyecta para los años que vienen. Fue un honor para mí vivir el periplo de las ediciones del Festival desde Jericó (Antioquia) hasta Cartagena.
Durante estas dos semanas, decenas de escritores de todos los orígenes, etnias, perspectivas, sectores se dieron cita, un completo milagro cultural de celebración de las ideas. Escritores consagrados como Bernardine Evaristo, Laura Restrepo o Leonardo Padura; o cinco premios nobel, al igual que otros que nos vamos asomando, todo, en medio de ese enfoque de la integralidad de las artes, como dio cuenta la música de mar a mar con la presencia de la banda La Pacifican Power y el grupo Bahía.
Jericó fue para mí una revelación. Este pueblo a tres horas de Medellín lee y moviliza el suroeste antioqueño. El país comienza en el pueblo y se piensa en el pueblo. Tantas enseñanzas me dejó este municipio de doce mil habitantes, donde las mujeres de los colectivos de campesinas me abordaron los dos días que estuve allí para hablar de literatura y empoderamiento, de los aprendizajes en la búsqueda de equidad racial y de cómo posicionar en el país la agenda de lo rural. Basadas en mi libro, todos los sueños que parecen imposibles para ellas se hacen posibles cuando nos juntamos, compartimos experiencias y reivindicamos lo universal de lo humano, aquello que hace que existan más similitudes que diferencias entre ese suroeste antioqueño y regiones como el Pacífico. Me abordaron alcaldes y gestores. Y en el mismo espacio estaba el presidente de la caja de compensación, con el bibliotecario, el guía turístico... La verdad, me encantó, además, ver un público al que se le siente que lee, y mucho, por sus preguntas, por la manera como llenan todos los espacios sin importar la diversidad de los temas. Además, el canal regional transmitió todo. Llena de esperanza un pueblo que encuentra en la literatura otras posibilidades de existir en el mundo.
Cartagena fue la segunda parada en el Festival. Esta ciudad que, en medio del glamur, me cuestiona sobre la desigualdad social y cultural de quien lee y quien no lee me recuerda que más de un 90 % del país no tiene librerías y que el al libro es tan limitado. En esto, la ciudad es representativa del país y sus exclusiones culturales sistémicas. Me perturba la falta de liderazgo local, que hace de sus habitantes los grandes ausentes, al contrario de lo que sucedía en Jericó, donde fue claro que éramos sus invitados. ¿Tendrán la Alcaldía de Cartagena, la caja de compensación y las empresas programas, agentes para la promoción de lectura, apoyarán a sus escritores? ¿Quién apoya con constancia durante el año procesos como Imagina Cartagena, Narrarte, la Canoa Literaria, Literatura para Todos, Las Mil y Una Lectoras, entre otros?
Esto en una ciudad que recibe a la gente más rica de Colombia y del mundo. ¿Cómo nos integramos, imaginamos y nos repensamos si no podemos leernos mutuamente? El libro que presenté se titula ‘Soñar lo imposible. Desafiando las miradas desiguales’, pensando que ojalá el sueño de contribuir a la transformación de una ciudad tan desigual y perversa como Cartagena se haga posible al promover liderazgos locales que cambien esa historia de esclavización moderna de tráfico con cuerpos (qué prostitución tan extendida, opresiva y normalizada), de segregación y negación de la diversidad de los seres humanos que la habitan.
Ojalá que para los veinte años del Hay Festival, Jericó y otros municipios en otras geografías sean el epicentro de la literatura global, aprovechando esta plataforma para potenciar a sus escritores locales. Ojalá también se escriba otra historia de Cartagena. ¿Por qué no empezar a escribir esa ficción? ¿Serán las palabras capaces de traspasar e incluso derribar tantas murallas? Ojalá.
PAULA MORENO
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