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Nada que perder

Se trata de alimentación, a educación, empleo y un horizonte concreto para creer en el país.

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Uno de cada tres jóvenes en el país ni estudia ni trabaja. Con la pandemia, esas cifras han empeorado, no sabemos si hoy son dos de cada tres. Esa generación desde la calle nos grita: “No tenemos nada que perder; si nos va a matar el hambre, que nos maten de una vez”. Muchos de esos jóvenes desescolarizados (llevamos más de un año sin colegios en muchos lugares; vamos para dos, con el puesto número 6 del sector educativo en esta etapa de vacunación, que debería estar de primero como en la mayoría de países) y desempleados piden acciones concretas. Como me dijo un joven: “Es básico y nítido, ¿qué quiere que le explique?”. Tiene razón: se trata de alimentación, a educación, empleo y un horizonte concreto para creer en el país en medio de esta crisis.
Sin embargo, es más fácil subestimar ese llamado y solo señalar que todo es culpa de otros, sin asumir la responsabilidad compartida. No enfrentar las desigualdades de fondo y tratar los temas incómodos que nutren estos conflictos nos estanca como sociedad. Nuestras respuestas (de una mayoría privilegiada, adulta, que vive en dos o tres sectores de Cali, Medellín, Bogotá, Cartagena o en sus fincas) a ese llamado desesperado son generalidades. Les decimos que le metan ganas; lo que equivale a no tener nada que responder.
Se requiere un profundo ejercicio de autocrítica en las élites y la tecnocracia del país para lograr un diálogo constructivo que se materialice en hechos pronto. Es positivo el anuncio de gratuidad educativa en las universidades públicas, tiempos desesperados demandan medidas urgentes a escala. Por ejemplo, la cultura ha sido protagonista de la protesta pacífica, no sé qué estamos esperando para lanzar un fondo de emergencia cultural que no requiere tanta inversión, pero ayudaría a canalizar la energía creativa de los jóvenes, generar empleo y reactivar el sector, priorizando su vacunación. Ante la desesperanza, la vida cultural es esencial para el encuentro, crear nuevos futuros y sanar una sociedad tan enferma como la nuestra.
Cuando los médicos diagnostican una enfermedad grave, si el paciente no tiene esperanza en su recuperación, así se realice la mejor operación, no tendrá éxito. Es lo mismo con las reformas. Nadie niega la enfermedad, pero es importante tener en cuenta el estado de ánimo del país y evaluar los órganos por intervenir, analizando su fuerza para responder. No es lo mismo un joven (la mayoría) que perdió su trabajo, que no puede seguir estudiando, cuyos padres están desempleados, y además encerrado, que uno con papás asalariados, con educación (así sea virtual), pero que no tiene angustias de comida ni techo. Simplemente no es lo mismo. Sin que el médico y el paciente estén alineados en puntos básicos del tratamiento, la cirugía fracasará. No es solo un tema técnico de ‘yo sé lo que usted necesita y listo, ¡hágalo!’. Se requieren tacto, empatía, sensibilidad y un diálogo franco, sin omisiones que crean desconfianza, para repartir con equidad las cargas que a todos nos corresponde llevar.
Esta generación comprende su poder y no se moviliza por los clasismos que rigen nuestras élites endogámicas y tradicionales. Jóvenes de estratos (otra cosa que tenemos que cambiar) 1 y 6 salieron juntos a marchar porque tienen otra conciencia de lo justo; porque la pobreza les cansa, sin que nadie responda ni le duela, y la opulencia indiferente (así la disfruten) les incomoda. José Mujica en estos días decía: “Colombia es un país rico con cerebros pobres”, y eso nos cae a todos. Nos toca construir una nueva realidad para esta generación que nos dice que no tiene nada que perder, porque como lo hemos vivido sí tenemos mucho que perder: la vida, la esperanza y el país.
PAULA MORENO
En Twitter: @paulamorenoz

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