En las últimas semanas hemos hablado con sentido de urgencia de la infraestructura hospitalaria. Como ciudadanos aprendimos que el número de camas y respiradores son temas que nos deben importar, al igual que el bienestar y la protección del personal médico (todavía muchos sin recibir su pago por varios meses); sentimos el imperativo de cuidar a quien nos cuida. Hemos evidenciado que la infraestructura hospitalaria tiene múltiples fallas y en algunas regiones está colapsada, pero un tipo de infraestructura distinta nos sigue sosteniendo: la cultura, como soporte emocional y espiritual de este país. Sin música, libros, películas, movimientos, etc., ¿cómo resistiríamos las condiciones actuales?
Sin embargo, de manera paradójica, lo más evidente se convierte en lo más imperceptible y secundario. En materia cultural, aquello que sustenta nuestra sanidad mental y emocional parece irrelevante frente a las dimensiones de las medidas de choque que se han tomado. El distanciamiento social afecta la naturaleza de muchas expresiones culturales basadas en el o y la cercanía, por lo cual nuestro sector cultural se enfrenta al gran desafío de su reinvención; debe definir una estrategia de supervivencia y sostenibilidad. Además, tiene la tarea histórica de ayudarnos a entender, registrar y proyectar esta crisis, en la cual de nuevo lo cultural asume la recreación de lo humano.
El ejercicio de transformación que se avecina es y será en gran medida una tarea cultural. Entonces, se necesitan con urgencia respuestas que correspondan a la escala de lo que está en juego. Colombia es una potencia cultural, y no podemos permitir que esa infraestructura esencial se debilite. Si bien la naturaleza del arte y la cultura ha sido, y más en nuestro contexto, la resistencia, este es un momento para la trascendencia. Hoy, en el Pacífico se reporta un crecimiento del reclutamiento forzado por los grupos ilegales, los niños de la región no tienen conectividad para las clases virtuales, y ahora comienzan a desaparecer las organizaciones culturales que generaban una alternativa real.
Las medidas anunciadas son insuficientes. Se deben adicionar recursos significativos para el sector, más aún si se tiene en cuenta el amplio recorte que había sufrido el Ministerio de Cultura, por ejemplo, con 300 millones para el Plan de Danza o con 200 millones para el Plan de Música para todo el país en 2020. Eso no se suple con estímulos, concertación, ni con los recursos de la ley de espectáculos públicos, que son representativos en máximo 12 municipios (algunas ciudades capitales), pero inexistentes en más de 1.000. Hay que reinventarse, pero también generar condiciones para ello.
La agenda cultural cambió; no hay tiempo para discutir la dicotomía economía-cultura. Lo urgente es preservar algo básico y esencial: la vida cultural. Tenemos una oportunidad única para reducir las desigualdades culturales, que también son estructurales, actuar en esos municipios donde lo digital no se aplica y lo cultural es el alimento y el salvavidas. Esperamos respuestas concretas en la seguridad social de los artistas, en la preservación de los recursos de los festivales y eventos ahora dirigidos para fortalecer los sectores, no para ser destinados a otras cosas; la generación de programas nuevos, como han hecho otros gobiernos, y así. Como bien lo dijo André Malraux: “La cultura es lo que, después de la muerte, sigue siendo la vida”.
Nota 1: consultas previas y licencias ambientales con procedimientos virtuales con la escasa conectividad en los territorios van en contra de los derechos de las comunidades.
Nota 2. SOS Chocó. El cierre del Hospital Departamental (el único medianamente disponible) por contagio del personal médico, hace que se comience el partido contra covid-19 sin arquero ni defensas. Urgen medidas de choque.
PAULA MORENO