Colombia es un país curioso. El viernes antes de las elecciones del 29 de mayo, todo era pesimismo. Se preveía que Petro ganaría por más de 12 puntos al segundo; que daría una prueba de poder inmenso en la costa Pacífica y la Atlántica, y arrasaría en Bogotá; y que Fico Gutiérrez no tenía la capacidad electoral para derrotar a Petro. El domingo, los vaticinios se cumplieron. Petro le sacó doce puntos al segundo; además, en el Atlántico, el Pacífico y en Bogotá arrasó electoralmente a sus rivales. Y Fico no logró llegar a la segunda vuelta. Pero el lunes siguiente, el ambiente era de optimismo total. ¿De dónde habían salido tantos optimistas?
La respuesta es simple. Los 6 millones de colombianos que votan por la propuesta de Rodolfo Hernández lo convierten en un candidato capaz de derrotar a Petro. Ni las encuestas habían previsto semejante resultado. Ni los baquianos de la política petrista se lo esperaban. ¿De dónde sacan los votantes que Hernández podía derrotar a Petro?
La respuesta a esta pregunta es todavía más simple: para los electores era cada vez más evidente que la apuesta de cambio de Hernández era tan fuerte que convertía el cambio ofrecido por Petro en la continuidad del clientelismo. Los votantes veían que, mientras que Rodolfo rechazaba todo tipo de alianzas políticas, a la campaña de Petro llegaban los políticos tradicionales de todas las especies. ¿Por qué 6 millones de personas que quieren el cambio prefieren la propuesta de Hernández y no la de Petro?
Aquí, la respuesta es mucho más simple que la anterior: la gente no está pidiendo un cambio de políticas. Ni siquiera está pretendiendo que haya un nuevo modelo de desarrollo. No hay que ser tan presuntuosos. Ni el desarrollo político e ideológico de los debates ni las deliberaciones públicas dan para tanto.
Los colombianos son claros: quieren un cambio en la forma de hacer política. Es decir, en la manera como se escogen los ministros y altos funcionarios; como se asignan y utilizan los recursos públicos; y como se priorizan las inversiones. Quizá no hayamos reparado en el asunto, pero en su discurso de aceptación de la derrota, Fico sentenció en qué consistía el cambio: “El 19 de junio votaremos por Rodolfo y Marelén. No haremos parte del Gobierno, ni pediremos nada a cambio. Nos dedicaremos a hacer veedurías”. Y esa declaración desató el optimismo.
Rodolfo Hernández puede darse el lujo de forjar un proyecto de ‘gobierno con las universidades’. Allí hay pluralismo, diversidad y gente muy competente.
Sin querer, Fico cerró el círculo del cambio que quería la gente: le soltó las manos a Rodolfo Hernández, para gobernar. Trazó la raya: los que quieran apoyar al exalcalde lo tienen que hacer a cambio de nada. Por eso, cuando Sergio Fajardo puso condiciones en su diálogo con Rodolfo, la gente reaccionó. Ese no es el cambio que buscaban. El candidato escuchó y rectificó rápidamente.
Rodolfo tiene una oportunidad de oro para armar libremente su equipo de ministros y altos funcionarios. Ya tuvo la experiencia de armar un buen equipo en Bucaramanga. El resultado no solo fue un buen gobierno y una ciudad con finanzas sanas. Lo más relevante fue que de los 19 concejales, solo se pudo reelegir uno. El cambio político en la capital de Santander fue total.
Ahora, como presidente, puede darse el lujo de forjar un proyecto de “gobierno con las universidades” y escoger entre los decanos y profesores aquellos que, por capacidad y conocimiento, mejor puedan contribuir. Allí hay pluralismo, diversidad y gente muy competente. Y, sobre todo, gente con experiencia que no va a llegar a robar o a usar indebidamente los recursos públicos. Nadie mejor que los académicos para dar una lección de cómo se gobierna un país.
Ya Antanas Mockus demostró cómo pueden actuar los académicos gobernando una gran ciudad como Bogotá. Hay que ver cómo Fabio Chaparro y luego Paulo Orozco transformaron la Empresa de Energía de Bogotá; José Luis Villaveces, la educación; Carmenza Saldías, las finanzas de la ciudad; o cómo Paul Bromberg y Alicia Eugenia Silva cambiaron los comportamientos culturales y políticos de Bogotá. Algo que Gustavo Petro, con su asistencialismo, jamás pudo lograr.
PEDRO MEDELLÍN