No fue un buen resultado para Petro y los partidos de su coalición, ni para la oposición partidista. La movilización social convocada para el martes 14 por el Presidente y el miércoles 15 por los opositores revela la dureza con que el virus de la anemia política está atacando a unos y otros. No están siendo capaces de producir la fuerza que saque a la gente a la calle para que allí exprese su inconformidad con el orden de cosas existente y presione por la necesidad del cambio, como tampoco para protestar por la manera como están procediendo los que están gobernando.
Para un gobierno de izquierda que una y otra vez ha amenazado con recurrir al “poder de la calle”, para presionar a congresistas o jueces, ese resultado lo ha dejado en el peor de los mundos. No solo porque se ha quedado sin semejante mecanismo de presión política, sino porque ha sido la demostración de la enorme distancia que tiene con esa masa que el Presidente llama “el pueblo”. Es la consecuencia de la incapacidad que ha demostrado en estos siete meses que lleva en el Palacio de Nariño, para abordar los problemas y darles una adecuada solución.
Los estudiantes no se movilizaron, porque el Gobierno no ha sido capaz de atender ni siquiera los compromisos de matrícula cero o de fortalecimiento financiero de las universidades que Petro hizo en campaña. Lo mismo sucedió con los desempleados, a los que ofreció un empleo en el Estado con un pago de dos salarios mínimos; o con los desposeídos, a los que prometió tierras, o con los adultos mayores, que todavía no reciben su cheque de 500.000 pesos, o los 100.000 jóvenes que recibirían el millón de pesos mensual del programa ‘Jóvenes en paz’.
Si el Gobierno y los partidos políticos de oposición esperaban demostrar su poder en la calle, fracasaron. Las organizaciones de la sociedad civil los han comenzado a derrotar en su terreno.
No se movilizaron porque los problemas no se hayan resuelto o porque los subsidios no se hayan recibido. La gente es consciente de que son asuntos que no se solucionan de un día para otro. No se movilizaron porque están viendo que el Gobierno está sumido en el desorden. Y que lejos de ver gente competente al frente de las entidades gubernamentales (que explique –por ejemplo– cómo el programa de Renta Básica va a sustituir a Familias en Acción e Ingreso Solidario, que son los que hoy están funcionando), en los carros oficiales solo ven a un montón de amiguetes sin las capacidades ni la formación necesaria para atender los problemas que vive el sector para el que fueron nombrados. La gente ve que el Gobierno no logra ir más allá de hacer anuncios que ya ni siquiera afectan el precio del dólar.
La brecha entre el Gobierno y estos sectores sociales es tan grande que ni siquiera los encendidos discursos del Presidente los moviliza. La gente ni es ni se siente reconocida en los anuncios gubernamentales. Nada más lejano a ellos que los debates sobre la transición energética o el cambio climático. Y los problemas en torno a las cifras y los propósitos de la reforma de la salud o a las pensiones no le han permitido a la gente entender cómo se va a beneficiar con las reformas.
Hay que ser sinceros. Si el Gobierno y los partidos políticos de oposición esperaban demostrar su poder en la calle, pues fracasaron. En su lugar, por lo visto el miércoles 15, las organizaciones de la sociedad civil han comenzado a derrotar en su terreno a unos y otros. Han demostrado que tienen mayor capacidad de movilización ciudadana y acción política que los propios partidos. Ellos han sido los responsables de la mayor parte de las movilizaciones de ayer. Y si Petro dice que “el cambio no consiste en ganar las elecciones, sino en la capacidad de movilizarse”, pues el cambio está comenzando a hacerlo la sociedad civil. Y las elecciones de octubre podrán ratificarlo.
Los partidos fracasaron, por una razón muy simple. El virus de la anemia política está golpeando tan fuerte a los que ganaron el gobierno que siete meses después no comienzan a gobernar; y a los opositores, que tampoco se logran oponer. La calle es de la gente.
PEDRO MEDELLÍN
* Profesor titular de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional