La brutal respuesta del recién posesionado Donald Trump frente a la negativa inicial del presidente Gustavo Petro de aceptar la repatriación de colombianos indocumentados es muestra de lo poco que nuestro país le importa al gran imperio estadounidense. Tras la amenaza de un aumento de los aranceles y otras sanciones, Petro terminó cediendo a todo lo exigido por el presidente con ínfulas de emperador romano.
Si bien la crisis fue superada, no extrañaría que nos sometiera a un bloqueo económico similar al cubano o al venezolano, al menor desacuerdo con Petro en el futuro cercano. Y es que nuestro país, de modesto impacto en el escenario internacional, no es más que un sirviente de Estados Unidos, y la reculada de nuestro Presidente lo ha confirmado.
Es claro que ya nadie está a salvo de las rabietas de Trump, ni siquiera los empresarios colombianos republicanos, ni los periodistas y políticos que le han limpiado chaqueta: la amenaza del cierre de visado en la embajada estadounidense en Bogotá, de aumentar los aranceles en un 50 % para productos colombianos, entre otras medidas draconianas, castigarían sin distingos de filiación política. El que discrepe de mí es mi enemigo es el mensaje de la Casa Blanca.
Abusos de poder de ese talante son clara señal de que hay un fascista en la Casa Blanca. Lo indican sus acciones, que siguen el libreto de Hitler a rajatabla. Y, como buen fascista, se ha dedicado a erradicar a la supuesta fuente de todo mal: los inmigrantes indocumentados. Sus esfuerzos expansionistas, vistos con humor en Canadá y con reserva en Dinamarca, México y Panamá, también parecen calco de los planes imperialistas de la Alemania nazi.
En medio de la catástrofe que a duras penas se evitó, muchos se preguntan desesperanzados: ‘¿Y ahora, quién podrá defendernos?’.
Estados Unidos era el caldo de cultivo perfecto para que germinara un gobierno autocrático, al no contar con mecanismos de control infalibles entre las tres ramas del poder y al contar el presidente actual con inmunidad total frente a cualquier delito. Un país así se enfoca en la censura de la información, en el monopolio del poder político, económico y educativo y en la represión de aquellos que denuncian los abusos.
El efecto de un gobierno tiránico en uno de los países más poderosos del mundo será nefasto para Colombia y para compatriotas en todo el planeta. Quien no le haga la venia al todopoderoso mandatario será despojado de lo que tenga, por mucho o poco que sea.
Los políticos perderán su poder y su voz (ya está fracturando las relaciones diplomáticas), los empresarios perderán sus inversiones, los artistas serán silenciados; los docentes, vigilados y espiados. Y es que la relación entre Estados Unidos y Colombia nunca fue de amistad, ni hubo nunca respeto por nuestra nación, convertida en centro de operaciones militares de Estados Unidos ante potenciales conflictos con Cuba o Venezuela.
En medio de la catástrofe que a duras penas se evitó, muchos se preguntan desesperanzados: “¿Y ahora, quién podrá defendernos?”. En escenarios similares, solo la intervención militar ha permitido el derrocamiento de un tirano. Pero ¿quién osaría meterse con el gran monstruo del norte? ¿Y es esa la solución adecuada?
Fue Estados Unidos el que libró a Europa del fascismo en 1945, pero hoy pareciera que nadie puede librar a Estados Unidos, al menos mediante canales diplomáticos o justicia internacional. Ojalá una inesperada vuelta de tuerca logre salvar lo poco que quede del otrora grande Estados Unidos de América. Y que en algún momento Colombia, ojalá, tenga el chance de reivindicar su dignidad perdida.