Uno de los argumentos que más repitieron los defensores del candidato Petro en la campaña presidencial de 2022 era que su líder había aprendido de los errores de su paso por la alcaldía de Bogotá y que con las lecciones obtenidas dirigiría una presidencia exitosa, definida por el diálogo y por la construcción de una gran coalición de gobierno. Pero desde su llegada a la presidencia, Petro ha demostrado lo contrario: no solo ha repetido gran cantidad de sus errores de la alcaldía, sino que con el tiempo los ha profundizado.
Tres años después de esa temporada electoral, todavía asombra la enorme ligereza e ingenuidad con que algunos de los más destacados líderes de la política y la opinión pública subestimaban las documentadas falencias del exalcalde y pronosticaban que no se repetirían en su presidencia. Según argumentaban en ese entonces, Petro había aprendido la lección de su paso por la alcaldía y dirigiría un gobierno más moderado. Con esa excusa, se permitieron apoyarlo en la campaña de 2022, solo para darse cuenta de que ocurriría todo lo contrario.
De entrada, esa tesis estaba condenada al fracaso porque Petro siempre ha considerado su paso por la istración de la ciudad un rotundo éxito. Ni el grado de improvisación, ni la alarmante inestabilidad de su equipo de trabajo, ni tampoco el altísimo incumplimiento de las promesas de campaña han llevado al petrismo a aceptar que la suya fue una de las alcaldías menos satisfactorias de Bogotá. ¿Cómo podría el Presidente aprender las lecciones de su paso por la istración de la ciudad si él cree que fue una gestión acertada y ejemplar?
En las semanas recientes, el Presidente ha decidido prescindir de algunos de sus funcionarios más leales y de figuras de su istración que representaban una fuente de confianza ante la incertidumbre que caracteriza la realidad nacional. Ninguno de los ministros con quienes empezó su mandato permanece en el Gobierno, y en algunas carteras hemos visto hasta cuatro titulares en menos de tres años. Varios de sus ministros han durado en los cargos menos de seis meses y, a ellos los culpa el Presidente por muchas de las equivocaciones de su gestión, como si no existiera un error de fondo. La falta de estabilidad en sus equipos de gobierno, vista en la alcaldía, ha sido una tendencia que no solo se ha mantenido en su paso por la istración nacional, sino que ha empeorado.
¿Cómo podría el Presidente aprender las lecciones de su paso por la istración de la ciudad si él cree que fue una gestión acertada y ejemplar?
Debe decirse que al ver la reconfiguración de las alianzas del Presidente con los sectores menos renovadores de la política, a los cuales denunció con vehemencia en años anteriores, la conclusión es que Petro estuvo mejor rodeado como alcalde que como presidente. Así mismo, los escándalos de corrupción y de financiación de la campaña de 2022 también ponen sobre la mesa un incumplimiento estructural de la causa anticorrupción que durante tantos años buscó representar Petro.
La falta de orden y método que definió su alcaldía sigue estando tan presente como antes, o incluso más, como ocurre en el caso de los cálculos alegres con los que ilusiona a sus electores a la hora de proponer transformaciones en el aparato productivo, en los ingresos de la nación y en la manera de distribuirlos. Ahora que el metro de Bogotá avanza después de casi 80 años de planes y anuncios, el Presidente insiste en que su proyecto de un metro subterráneo, del que el país conoció solo pocos avances, era la única alternativa conveniente para la movilidad de la ciudad y ha decidido atravesarse ante ese proyecto que ya se encuentra en marcha.
Desde su paso por la alcaldía, sabíamos de la inclinación política de Petro hacia la discordia y la división, dos lenguajes que sabe aprovechar para conquistar votos y apoyos. En aquel entonces, enfocó su narrativa de gobierno en señalar de corruptos y aliados del 'carrusel de la contratación' a todos los concejales que se oponían a su agenda, y así cerró muchas puertas para la aprobación de sus proyectos. Lejos de cualquier cambio en esta relación turbulenta y cargada de agravios contra las instituciones encargadas de realizar control político a su rol como gobernante, desde la presidencia ha mantenido un diálogo aún más complejo y lleno de tropiezos con el Congreso de la República. Así, en días recientes, haya lanzado dardos al sectarismo político; los cuatro años de su alcaldía y los casi tres de su presidencia han dejado más que claro ante el país que la concertación con los distintos sectores políticos no ha sido uno de sus mayores fuertes y que mejorar esa relación tampoco ha sido una de sus prioridades.
El estilo cada vez más caótico y revanchista de la presidencia de Petro nos muestra a un gobernante que ha perdido cualquier miedo a equivocarse en el camino y a destruir sistemas que funcionan, como la salud y el modelo energético del país. Los casi tres años transcurridos desde su llegada a la presidencia nos recuerdan que, lejos del optimismo de quienes creían que los problemas pasados serían superados, en este gobierno lo que hoy está mal mañana puede salir peor. Y, sobre todo, nos reitera que la presidencia que ha liderado Petro ha sido tan destructiva y radical que ya quisiéramos tener en el poder a la versión suya que conocimos en la alcaldía de Bogotá, aun con todo lo poco satisfactoria que fue su gestión.