Probablemente. Ayer, antes de escribir esta columna, encontré en mi casa un sartal de artículos míos publicados por EL TIEMPO hace muchos años.
Los leí con suma curiosidad, como si me fueran desconocidos. Encontré que estaban bien escritos, pero muchos de ellos contaban una realidad siniestra de Colombia. Ataques armados, bombas, secuestros y extorsiones sacudían al país. Recuerdo que hice peligrosos viajes al Caquetá y a otras regiones bajo su control y por ello recibí amenazas de muerte e, incluso, frustradas bombas a mi casa.
Colombia aún sigue viviendo esta dura realidad. Aliada al narcotráfico, la guerrilla encabezada por el Eln y las disidencias de las Farc y seguida por otros grupos armados, además de asesinar a líderes sociales, somete con violencia a la despavorida población campesina que vive en los departamentos del Pacífico, en el Catatumbo, en Arauca y las otras zonas fronterizas con Venezuela. La guerrilla de hoy tiene trazados los caminos en estas regiones para la exportación de coca, su millonario negocio.
Además, advierto en dichos escritos duras fallas en la justicia colombiana, heredadas del pasado. Fui uno de los primeros en denunciar los falsos testigos. Esta horrible plaga, ideada por ‘Alfonso Cano’, fue la nueva arma política de las Farc para hacer más eficaz su lucha armada. Falsas delaciones, compradas por agentes de esa organización insurgente, fueron aceptadas por jueces y magistrados de entonces creyendo que eran pruebas valiosas. Brillantes militares que habían luchado por largos períodos contra la guerrilla fueron condenados a pagar muchos años de cárcel.
Son los casos de los coroneles retirados Plazas Vega y Mejía Gutiérrez, de quienes conocidos magistrados de la Corte Suprema de Justicia dieron por ciertas las acusaciones proferidas, sin someterlas a una rigurosa investigación.
Ese error hoy perdura. Muchas de estas injustas condenas, que no han sido revisadas, mantienen en prisión a conocidos personajes, como Andrés Felipe Arias, que han sido víctimas de falsas acusaciones. Por eso es necesaria una profunda reforma judicial.
A todos estos males se suman los terribles daños de la pandemia. Estamos alarmados con la pobreza y el hambre producidas por el desempleo, la situación agónica de muchas empresas, el confinamiento de vendedores ambulantes y de vastos sectores desconocidos. No faltarán las ruidosas protestas contra el Gobierno de una extrema izquierda populista que solo piensan en las elecciones del 2022.
Sin duda, el presidente Duque ha adoptado, más que otros mandatarios del continente, medidas oportunas y muy valiosas para enfrentar la crisis económica y social que vivimos. Lo oigo todos los días por televisión. Buscando la unión de todos los colombianos, hace hablar a alcaldes y gobernadores sobre la labor que, de acuerdo con las políticas trazadas por el Gobierno, están adelantando. Al mismo tiempo, para atender a la población más vulnerable que padece de hambre hace repartir toneladas de comida. Ayuda a más de cinco mil empresas que después de un mes no pueden pagar a sus empleados. Con rigurosas medidas de control, tomó la decisión de activar el 27 de abril el sector de la construcción y la industria manufacturera.
Infortunadamente para mí, el bendito coronavirus, el prolongado aislamiento que sufrimos; la edad, que lo ubica a uno entre los tranquilos ‘abuelitos’, y la nueva fatalidad de no poder escribir sino dictar mis artículos me obligan a un receso de mis columnas.
Ahora mi trabajo será escoger lo mejor de mis publicaciones para ofrecer un libro de otros tiempos con reflexiones poéticas de la vieja Bogotá, de nuestras selvas recónditas y de las ciudades inolvidables de Europa donde viví: París, Madrid, Roma y Lisboa. Es una manera de recuperar viejos tiempos.
Plinio Apuleyo Mendoza