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¿Por qué nos odiamos tanto los unos a los otros?
A veces pareciera que lo único que entre adversarios tuviéramos en común, fuese el desprecio mutuo.

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La primera se refiere a una dinámica que podríamos bautizar como la economía de la trasgresión. Sin bien es cierto que hay cada vez más repudio a la degradación del debate público y cada vez más imputaciones morales a quienes se refieren a sus adversarios en términos denigrantes, es precisamente por esto mismo que quien trasgrede esta etiqueta es quien recibe cada vez más cubrimiento mediático. De ahí que el espectáculo de la trasgresión se convierta en una herramienta cada vez más efectiva para darse a conocer. Mejor dicho, entre más unánime se vuelve el pedido a bajarle de tono al debate público, más se cotizan al alza los comportamientos exactamente contrarios.
La tercera y última razón parte del reconocimiento de que, entre nosotros, priman visiones distintas e irremediablemente contrarias sobre el deber ser del mundo.
La tercera y última razón parte del reconocimiento de que, entre nosotros, priman visiones distintas e irremediablemente contrarias sobre el deber ser del mundo. Y esto quiere decir inevitablemente que, en la política, los triunfos de un bando se traducen en las derrotas del otro, lo cual es visible en temas tan contenciosos como el aborto, la legalización de las drogas y el tamaño del Estado. De manera que tenemos que aceptar, de una vez por todas, que la idea de una sociedad plenamente deliberativa que construye consensos por medio de la razón, con la que soñaba Habermas, es ciencia ficción. Mientras entre nosotros primen la divergencia y la libertad, algo de hostilidad es inevitable. Lo que sí, en todo caso, no es ciencia ficción, sino una diligencia que no da espera, es la profundización de los canales pacíficos para que los bandos tramiten sus desacuerdos.
Sea como fuere, y a diferencia del discurso que tan habitual es entre opinadores públicos, el clima caliente de hostilidad mutua que nos tiene a todos sudando no es solo culpa de la izquierda, como dice la derecha, ni de la derecha, como dice la izquierda, ni de la derecha y de la izquierda como dice el centro, ni de los politizados como dicen los apolíticos, ni de los apolíticos, por indiferentes, como dicen los politizados, sino de todos los anteriores, pero a la vez, de ninguno. Se trata más bien del diseño de la jaula de hierro -para usar la metáfora de Max Weber- llamada modernidad, en la que habitamos todos.
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