Premios y apremios

Son muy pocos los poetas que leen en extenso la obra de sus colegas, sobre todo cuando es copiosa. Creen que con abrevar 5 o 6 de sus poemas o uno de sus varios libros ya conocen su estilo, tono y temática. Y con eso tienen para brindarles su amistad o reprobación. A Piedad Bonnett siempre la consideré una buena poeta, como María Mercedes Carranza, a pesar de ser tan distintas. Me impactaba la fortaleza de su carácter, así como su coraje cuando le tocó enfrentar la tragedia con su narrativa. Pero por no haber profundizado en su cauda me perdía de sopesar su torrente. Ahora que ha merecido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, sorprendente honra para Colombia, he tomado de la mesa de noche el volumen de Poesía reunida, publicado por Lumen, que reúne 8 títulos. Cuatro días seguidos he dedicado a su lectura y no salgo del deslumbramiento. Es un recordatorio punzante de sus vivencias y de las pasiones, alegrías y dolores del mundo, expresado en un acorde musical sostenido y con una agudeza a veces lindante con una crueldad atenuada y una fina ironía para derruir la pena y despachar el fracaso. Es un canto amoroso sin compasión, alabado de cicatrices. Fluye sobre la superficie del río de la palabra y aunque desemboque en cascadas y cataratas sostiene el ritmo melódico. Hipnotiza. Incluso cuando señala escabrosas escenas de la violencia que es nuestro azote. En una de sus entrevistas refiere emocionada que su primer poema le fue publicado por Pablus Gallinazo en el periódico estudiantil de la Universidad Industrial de Santander.

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Y hablemos de este personaje que colmó toda una época con la canción protesta de su voz y de su guitarra mientras más destempladas más exitosas. Se lanzó con su acervo de cien canciones como Mula revolucionaria. Hay un niño en la calle, Viento, San Andrés Island. Con Una flor para mascar ganó el Festival Internacional de la Canción en 1971. Las letras eran inicialmente poemas, pero en vista de que nadie les hacía caso decidió musicalizarlas e imponerlas como canciones protestatarias, siendo en Colombia su líder irresistible, bajo su seudónimo de El Comandante. Era más escritor que cantante, pero como la música le daba para las flores del apetito se consagró a ella. En 1966 había ganado el Premio Nadaísta de Novela con La pequeña hermana, que publicó Tercer Mundo. Escribió durante su vida La bella Marangola, novela magistral experimental, donde pinta la historia del país desde la modistería de mamá. Como le resultó un paginaje incontable ningún editor se molestó siquiera en leer lo que consideraría el garrapateo de un cantante, y solo se encuentra en edición virtual en El Libro Total. Ya es hora de que un editor despierto levante la mano. Ahora reside en la resistencia, carente de ambiciones distintas a la de terminar la casita que construye con cada honorario que recibe convertible en ladrillos. Dago García realizó un largometraje con base en su vida y su guitarreo. El municipio de Barbosa, Santander, le tributó un homenaje, conmigo a su vera, promovido por el acucioso alcalde Marco Alirio Cortés. Y se prepara el macondiano homenaje que le rendirá Aracataca. Ante lo cual su esposa, Tita Pulido, pensó que era el momento de participar en Trayectorias, el estímulo que concede el Ministerio de las culturas, consistente en 70 premios de 60 millones cada uno a quienes dejaron un legado a las culturas y las artes en el país. Eran 63 jurados externos del Banco de Jurados del Ministerio. La participación del Comandante pasó como soplo de viento. La madre.

Y para acabar, el poeta y teatrero Carlos Satizábal, Premio Nacional de Poesía Obra inédita 2012 y Premio Iberoamericano de Dramaturgia, profesor adscrito a la Facultad de Artes y director de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, fue tachado de “miliciano terrorista”, “peligroso, beligerante e incendiario” desde los perfiles @Tiradorsilencioso y @Fuerzacapitalista, y amenazado de “ser purgado”. Todo por haber insinuado una trinca en las directivas. No hay derecho.