Uno de los conceptos más desprestigiados en nuestros días es el de progreso. Las personas que se sienten inteligentes o in creen que es un mito, un engaño: que la humanidad está peor que nunca, y que nos espera un infierno en el futuro.
Una encuesta encontró que en Estados Unidos solamente el 6 % pensaba que el mundo había progresado. En el Reino Unido y en Alemania, los optimistas eran apenas un 4 %. Los que creemos en los grandes progresos tenemos que ocultarlo, si no queremos ser tratados como Pangloss, el ridiculizado tutor del Cándido de Voltaire, quien creía que el mundo nunca había sido mejor.
Un síntoma grave es que el nombre de 'progresismo', que en una época no lejana ostentábamos quienes creíamos en el progreso, aunque hubiera mejoras pendientes, ahora es detentado por quienes rechazan cualquier sugerencia de que la vida ha mejorado.
Si un extraterrestre (E. T.) de una galaxia lejana, en la que el día dura doscientos mil de nuestros años, hubiera sido comisionado para observarnos, su informe al final del día diría que la Tierra es un mundo lleno de diferentes animales y plantas. Entre los animales había varias especies de primates humanos. Eran muy pocos individuos y por problemas de clima, alimentación, y pelea entre ellos, solo sobrevivió una de las especies de humanos. Son muy ingeniosos y hace una hora y diez minutos aprendieron a domesticar plantas y animales y comenzaron a formar colonias estables. Su número permaneció pequeño y su subsistencia fue precaria, llena de guerras y conquistas, por más de una hora. Hace como minuto y medio aprendieron a usar la energía para producir objetos y más comida, y desde entonces su población se multiplicó extraordinariamente; lograron producir suficientes alimentos y energía para mantener a 8.000 millones. Fue un día notable, E. T. se alegró de ser su testigo.
La negación del progreso es pesimista y derrotista. El camino por delante es largo, pero solo el reconocimiento de lo logrado da ánimos para seguir arreglando males y resolver problemas.
El observador (E. T.) no podía haber visto detalles más finos. Algunos, entre los terrícolas, han logrado una mejor descripción. La desnutrición en el mundo cayó radicalmente; en 1945 era del 50 %, hoy es menos del 10 %. La cobertura de agua potable en 1980 era del 24 %, hoy es más del 70 %. En 1900 la expectativa de vida era de 30 años, hoy es de más de 70. En 1800, más del 94 % de la población vivía con menos de dos dólares diarios, hoy es solo el 9 %. El analfabetismo promedio era del 90 % en 1800, hoy es del 10 %. La esclavitud fue un hecho aceptable durante toda la historia: en 1800 el 60 % de las constituciones la permitían, hoy ninguna la permite. En 1900 la mujer no tenía derecho a votar en ningún país, hoy su voto es legal en 190. En 1950 el 28 % de la población de trabajadores tenía entre diez y catorce años, hoy solo un 10 % tiene entre quince y diecisiete, y hay muchísimos más hechos parecidos.
No me quedó espacio para listar, además, los miles de inventos que generan bienestar y amplían las fronteras de lo que sabemos y de lo que somos capaces de hacer. Se han causado daños colaterales, eso es cierto, el medio ambiente es un ejemplo; pero también es cierto que nunca fuimos tan conscientes, y que nunca se hicieron tantos esfuerzos como hoy para limitarlos y restaurarlos.
El hecho es que no se puede juzgar el progreso por la imagen de un momento y en un lugar. Hay que verlo como un proceso. Hay subidas y bajadas, momentos de crisis, pero el juicio es más correcto si comparamos la situación al inicio de una época con su final. Para juzgar a la humanidad globalmente, la visión del E. T. de nuestra historia es bastante buena.
La negación del progreso es pesimista y derrotista. El camino por delante es largo, pero solo el reconocimiento de lo logrado da ánimos para seguir arreglando males y resolver problemas. Comencemos el 2025 con optimismo; para mejorar no hay que partir de cero.