La más afectada fue la inversión, que actualmente ronda el pobre 12 % del PIB y sigue en una caída derivada en parte de la contracción monetaria y del alto costo del dinero, pero con una causa más grande y fácil de identificar y dura de diluir: la inmensa desconfianza que generan el mal gobierno y los discursos amenazantes. Los funcionarios incapaces, que han remplazado a otros que más o menos sabían de su oficio y conocían remedios y maneras de aplicarlos. Los escándalos electorales, istrativos y familiares que acompañan al Presidente y a su entorno.
Es necesario que la justicia esclarezca ágilmente si hay o no responsabilidades penales, disciplinarias o fiscales. Y el Congreso, si las hay o no políticas. Que ninguna quede en el nimbo de la duda.
La incertidumbre que produce el Gobierno no se cura bajando a sombrerazos las tasas de interés, ni acelerando la moribunda inversión pública. Se evita con ánimo conciliador del Ejecutivo y actitud abierta y firme del Congreso. Con cortes y órganos de control decidiendo rápido los numerosos asuntos de impuestos, relaciones Estado-particulares, comportamientos electorales, y acusaciones de corrupción y de golpes blandos.
La desconfianza solo se irá, lentamente, si los agentes económicos privados son convocados para sortear este difícil momento. El Presidente está en serios aprietos; los empresarios, temerosos, y los ciudadanos, “redondos de agua” como decía mi abuela.
A los excesos de gasto y endeudamiento de la anterior, esta istración respondió con más impuestos, recesivos, en medio de la necesaria firmeza del Banco de la República. La misma fórmula del 97 que terminó en la crisis del 99.
Es irresponsable proponer otra reforma tributaria: no se pueden bajar los impuestos, porque se quiebra el país dado el actual nivel de gasto y deuda; no se pueden subir, porque ya se están quebrando los contribuyentes.
Con gran liviandad, desde el gabinete se dice que la reactivación consiste en eso: en bajar las tasas de interés y animar la inversión del Estado. ¡Error! Las tasas no son del resorte ejecutivo sino del Banco Central, en alerta después de que el índice de precios al productor se trepara en abril; y la poca inversión estatal que quedó yace exánime en las arcas sin caja de Hacienda. El gabinete no gasta en nada productivo. Solo gasta “a la jura” en “hacer política”.
Con un Estado fiscalmente débil, el remedio para la reactivación es el sector privado. Solo la inversión privada, local y extranjera, genera defensas contra una recesión, impide mayor desempleo y evita conatos de inestabilidad en los bancos.
No se puede ordenar a los empresarios que hagan inversiones forzosas, por definición y por tradición condenadas al fracaso, a modo de “imprimátur”, ¡oh ironía!, de monseñor Builes. Se crean más bien condiciones empresariales propicias de relacionamiento, diálogo y consensos con el Estado. Las empresas ponen recursos en un mercado solamente si no las atemorizan desde el Gobierno.
Hay que dejar de insultar y amenazar. Aceptar y enmendar errores. Permitir al Banco hacer su oficio. Flexibilizar el mercado laboral en la creación de empleo formal. Hay que mostrar, mejorando la dañada seguridad, que la paz se hace con los que la merecen y la guerra con los que la buscan. Deben calmar el micrófono en política exterior. Invitar para avanzar en lo social, no ahuyentar.
Como nada de eso va a pasar, no habrá reactivación económica. Solo recesión o raquitismo.
La tasa de cambio sigue ahí, como el gringo; hasta que ya no.
LUIS CARLOS VILLEGAS