Un libro atípico de Neruda es Residencia en la tierra, distinto al amoroso Los versos del capitán, y al épico El canto general... Aquí divaga en un coloquialismo metafísico: en la hondura rabiosa de lo cotidiano y el ser. Los poemas los compuso mientras fue diplomático en Oriente: Rangún, Birmania, Sri Lanka, Java y Singapur hacen parte de este delirio catártico. Raúl Zurita escribe en el prólogo para esta reedición de Lumen, 2024, que estos grandes poemas representan "el último límite del lenguaje, no hay nada más allá... son en sí... el último cabo de las palabras. Son la lucha de dos hermanos gemelos: el lenguaje y la muerte".
Lo colectivo se mimetiza en el individuo. Tocado de una soledad apabullante, es un Neruda sumergido en el ser y la palabra. En Unidad exclama: "Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo, en su fina materia hay olor a edad, y el agua que trae el mar, de sal y sueño". Se expande y repele en sus comisuras: "Y el dios de la sustitución vela a veces a mi lado, respirando tenazmente, levantando la espada”. Es una poesía de alta tensión, imágenes que derrumban los cimientos, arrecian los sentidos con una voz tremebunda, en Oda a García Lorca exclama: "Si pudiera llorar de miedo en una casa sola, / si pudiera sacarme los ojos y comérmelos, / lo haría por tu voz de naranjo enlutado, / y por tu poesía que sale dando gritos".
En un bosque de signos se revelan líneas y sombras que sacuden el cosmos interior del poeta. No es Neruda cobijando el mundo, incitándolo a la rebelión, es el solo contra el mundo, por eso siente que un día lo alimentaba "nuestra triste sangre". La presencia de la naturaleza surge como el viento o el rayo, "el perfume de las ciruelas que rodaron a tierra / se pudren en el tiempo, infinitamente verdes”.
El inasible tiempo fluye y lo halla en un nicho, pues "ha dormido largos años dentro de las campanas". Sucede algunas veces, dice, que se cansa de ser hombre, y "como un cisne de fieltro navega en un agua de origen y ceniza".
Es un texto donde todo se desarticula y se niega a morir, hasta el amor se cierne peligroso, como en Tango del viudo, cuando la amada da vueltas a la cama con un cuchillo para evitar su partida... y él oye en la oscuridad la orina de la mujer correr como una "miel delgada y obstinada". Una poesía que se hunde en las raíces, que designa con feroz escepticismo nuestra residencia en la tierra.